BREVES NOTAS SOBRE LA VIDA DE CLAUDIO RODRÍGUEZ.

De unos meses a esta parte, muchos de nosotros, acostumbrados a vagar deliberadamente por las librerías españolas, nos hemos topado en la sección de novedades de poesía con un grueso volumen, casi 1.000 páginas, de un color verde claro y editado por Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores con el título de Poesía completa y con una foto en la portada de un José Ángel Valente ya entrado en años. Como todos los volúmenes de este tipo editados por esta editorial en concreto, a toda la poesía publicada por Valente se le añaden traducciones, textos en prosa, poesía inédita y, por supuesto, una sección de notas a la edición, ocupando así este último apartado de su poesía completa casi la mitad de las páginas del libro. La obra poética conocida de Valente, aun así, sigue ocupando 515 páginas del volumen. Otros compañeros de la promoción poética del gallego, grupo del que Valente renegó en sus últimos años, también cuentan con una gruesa obra poética, como es el caso de premio Cervantes José Manuel Caballero Bonald, cuya poesía hasta el 2010 está recogida en el volumen Somos el tiempo que nos queda (Barcelona, Austral, 2011), de casi 800 páginas. Pero en la llamada «generación etílica» hay autores, grandes autores, cuya poesía completa no alcanza ni la mitad de las páginas que las de algunos de sus compañeros, como es el caso de Jaime Gil de Biedma con Las personas del verbo (Barcelona, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2006) o de, y aquí quiero detenerme, Claudio Rodríguez.

Resulta cuestionable asemejar la calidad de un poeta con el tamaño físico de su obra. Tanto en los pasillos de la facultad como en las barras de los bares, ambos lugares tan eruditos en algunas ocasiones pero tan absurdos en otras, no he dejado de escuchar esta identificación que, repito, me resulta ridícula. Quizá por ello nos olvidemos de multitud de autores que, aunque no fueran o sean muy prolíficos, son dueños de unos frutos literarios extraordinarios. Y este es el caso del Claudio Rodríguez (Zamora, 1934- Madrid, 1999), quien siempre bromeó diciendo que «si yo estuviera en un país comunista me expulsarían por falta de producción» [Rodríguez, 2003: 24 y 25]. He descubierto que el zamorano es bien conocido en el ámbito académico ⎯la bibliografía que se puede encontrar sobre su poesía es bastante abundante, no solo en el espacio hispánico⎯, pero que en la vida cotidiana es un poeta olvidado, quizá por llevar una vida lejos del malditismo y los círculos bohemios, quizá por el tamaño de su poesía completa. Y Claudio es un poeta necesario.

La obra poética de Claudio Rodríguez (Barcelona, Tusquets Editores, 2001) se compone fundamentalmente de cinco libros: Don de la ebriedad (1954), Conjuros (1958), Alianza y condena (1965), El vuelo de la celebración (1976) y Casi una leyenda (1991). En 2006 el profesor y escritor también zamorano Luis García Jambrina llevó a cabo la publicación de un pequeño volumen de edición artesanal con el título de Poemas laterales (Lanzarote, Fundación César Manrique), donde se recogen todos aquellos poemas que Claudio Rodríguez nunca llegó a incorporar en sus cinco libros. También García Jambrina preparó la edición facsímil de los manuscritos pertenecientes al poemario que el poeta zamorano estaba preparando en el momento en que la muerte lo visitó, y que nunca llegó a terminar; Aventura (Salamanca, Tempora, 2005) es el título de este libro inacabado. Y aunque la prosa claudiana es más escasa aún que la poesía, sin contar con el epistolario, que espera ansioso una buena edición filológica, la mayor parte de estos textos se pueden encontrar en La otra palabra. Escritos en prosa (Barcelona, Tusquets Editores, 2004), volumen preparado por el profesor Fernando Yubero.

En diciembre de 1953 Claudio Rodríguez se consagra como poeta: su primer libro, Don de la ebriedad, gana el todavía prestigioso Premio Adonáis de Poesía. El poeta contaba con tan solo 19 años. Los diecinueve poemas escritos en endecasílabos blancos y asonantados que conforman este primer poemario fueron compuestos y redactados mentalmente mientras caminaba por los campos de su Zamora natal: «me sabía el libro de memoria», asegura el propio Claudio Rodríguez, «y lo iba repitiendo, corrigiendo, modificando cuando andaba por el campo. Salir al campo era una forma de desahogarme de mis frustraciones familiares» [Cañas, 1988: 23]. Y sin papel ni lápiz, sin pluma ni nada, el poeta zamorano escribió una de las mejores obras literarias no solo de su generación, sino de toda la segunda mitad del siglo XX. ¿Qué misterio supone el hecho de que a tan temprana edad ⎯Claudio comenzó a escribir Don de la ebriedad con 17 años⎯ surja tanta maestría, tanta calidad, tanto don, como dice el poeta?

Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.

La maestría, sí, la maestría de un joven recién salido de la adolescencia es palpable simplemente en estos versos introductorios de Don de la ebriedad. Y el publicar tan excelente obra con 19 años ha llevado a muchos lectores y críticos a relacionar al poeta zamorano con Arthur Rimbaud, quien también a muy temprana edad se consagró como uno de los mejores escritores de nuestra literatura universal. Pero la relación entre los dos jóvenes poetas, como afirma el profesor salmantino Ángel L. Prieto de Paula, gran conocedor de la poesía claudiana, debe entenderse como algo puramente anecdótico y forzado debido a la dificultad de ubicar a un joven Claudio Rodríguez dentro del discurso literario de aquel tiempo [2004: 176].

Una vez finalizada la licenciatura en filología románica, en 1958 Claudio Rodríguez se traslada como lector de español a la Universidad de Nottingham, gracias a la ayuda del poeta y filólogo Dámaso Alonso, y de su maestro, el también poeta Vicente Aleixandre, a quien conocerá a su llegada a Madrid. Sobre su relación con el poeta del 27, Claudio siempre recordará una anécdota referida al poema de Conjuros «A mi ropa tendida», poema que tiene como subtítulo «El alma». Dice el poeta:

Han pasado suficientes años, pero recuerdo que leí uno de estos poemas o conjuros a Vicente Aleixandre. […] Entonces Aleixandre me dijo que no lo entendía y me aconsejó, como se ve en el texto, que pusiera entre paréntesis «el alma», para orientación del lector. Pero, claro, yo de lo que estoy hablando no es de la ropa en sí, sino, en el fondo, del espíritu humano, de la vida humana, purificándose, lavándose [1985: 15 y 16].

Dos años después se traslada a la también universidad inglesa de Cambridge, donde permanece hasta su vuelta a España en 1964. En este periodo inglés Claudio Rodríguez lee a los poetas anglosajones Ted Hughes, Dylan Thomas y, sobre todo, a T. S. Eliot, de quien llega a traducir la mayor parte de su poesía al castellano. Antes del traslado a Cambridge, Claudio se casa con quien será su compañera hasta el final de sus días: Clara Miranda. Claudio conoce a Clara en 1953, ya en Madrid, en una excursión con sus compañeros de facultad a Granada [Cañas, 1988: 43]. El zamorano, que nunca publicó un soneto, escribió un poema de este tipo sobre el encuentro con aquella joven que sería su mujer años más tarde, soneto que García Jambrina recogió en los ya mencionados Poemas laterales, soneto que, en opinión de quien escribe estas líneas, es de los mejores poemas de amor de Claudio Rodríguez, soneto absolutamente digno de haber formado parte de alguno de los cinco poemarios del zamorano:

Sabe que en cada flujo, en cada ola
hay un impulso mío hacia ti. Sabe
que tú me resucitas, como el ave
resucita a la rama en que se inmola.

Si tú supieras cómo no estás sola
cómo te abrazo, lejos, cuanto cabe.
Pon al oído, para que se lave,
mi corazón como una caracola.

Y oirás, no el mar, sino la tierra mía
hecha con el espacio más abierto.
Y oirás su voz, mi voz, que yo quisiera

meterte por el alma cada día,
clara como tu nombre, al descubierto
como este mar de amor mío que espera.

Cuando sus actividades como lector en Inglaterra finalizan, Claudio Rodríguez se instala definitivamente en Madrid, donde compagina la docencia de literatura española en el Instituto Internacional y en la Universidad Autónoma de Madrid con la escritura [Yubero, 2003: 300]. Con la publicación en 1965 de su tercer poemario, Alianza y condena, obtiene al año siguiente el Premio de la Crítica y años más tarde, en 1983, el Premio Nacional de Poesía por Desde mis poemas (Madrid, Cátedra, 1983), libro que agrupa sus cuatro poemarios publicados hasta la fecha. Dos años antes de la publicación de su cuarto libro, El vuelo de la celebración, en 1976, en la vida Claudio ocurre un hecho que no solo marcará al poeta personalmente, sino también poéticamente: su hermana favorita, María del Carmen, es asesinada en Madrid. El poema con el que se inicia El vuelo de la celebración, «Herida en cuatro tiempos», dividido a su vez en cuatro secciones, refleja perfectamente el sentimiento de rabia y de pérdida que sintió el poeta en aquel tiempo:

[…] Te has ido. No te vayas. Tú me has dado la mano.
No te irás. Tú, perdona, vida mía,
hermana mía,
que esté sonando el aire
a ti, que no haya techos
ni haya ventanas con amor al viento,
que el soborno del cielo traicionero
no entre en tu juventud, en tu tan blanca,
vil muerte.
Y que tu asesinato
espere mi venganza, y que nos salve.
Porque tú eres la almendra
dentro del ataúd. Siempre madura.

Al parecer, Claudio, que era capaz de escribir solamente un poema en todo un año, dándole vueltas, reflexionando, anotando, corrigiendo, podando, puliendo, escribió parte de esta «Herida en cuatro tiempos» del tirón, repentinamente, durante un verano en Zarautz, donde solía pasar las vacaciones con su mujer.

Tras el Premio Nacional de Poesía los premios siguen llegando: en 1986 recibe el Premio de las Letras de Castilla y León, y, después de la publicación de Casi una leyenda, en 1993, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y el II Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Si el cáncer no nos lo hubiera arrebato con tan solo 65 años, seguro estoy de que Claudio Rodríguez hubiera sido uno de los escritores galardonados con el Premio Cervantes en los primeros años del siglo XXI. Y no se puede olvidar su ingreso en la Real Academia Española en 1992 con el discurso Poesía como participación: hacia Miguel Hernández; ocupó la silla I.

Participación. «Pienso que la poesía es, sobre todo, participación. Nace de una participación que el poeta establece entre las cosas y su experiencia poética de ellas dentro del lenguaje», dice Claudio Rodríguez en su discurso de ingreso en la RAE [2004: 131], y por ello «cada poema es como una especie de acoso para lograr (meta imposible) dichos fines» [1983: 13]. Quien conozca la poesía de este grandísimo poeta encontrará esta convivencia que explica el propio autor, la convivencia del mundo cotidiano y los elementos que lo componen (el vino, las ciudades, el campo, las mujeres, el baile, etc.) con la trascendencia del símbolo vital en constante pugna, y armonía, con el mundo. El «realismo metafórico», término con el que definió Carlos Bousoño la poesía claudiana [Prieto de Paula, 2004: 178], que desprenden los versos de este poeta inquieta, excita y calma al mismo tiempo. Nadie puede salvarse de la sorpresa que recibe al leer por primera vez a Claudio Rodríguez. Un poeta necesario. Un poeta que se merece más atención en la calle. Un poeta que, como alguno de sus coetáneos, escribió una obra corta, sí, pero de un valor poético brillante.

BIBLIOGRAFÍA

CAÑAS, Dionisio (1988), Claudio Rodríguez, Madrid, Ediciones Júcar.
PRIETO DE PAULA, Ángel L. (2004), «Claudio Rodríguez ante la crítica», en De manantial sereno, Valencia, Pre-Textos, págs. 175-200.
RODRÍGUEZ, Claudio (1983), Desde mis poemas, Madrid, Cátedra, 1983.
⎯ (1985), Reflexiones sobre mi poesía, Escuela Universitaria de Formación de Profesorado de E. G. B. Santa María, Madrid, Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid.
⎯  (2001), Poesía completa (1953-1991), Barcelona, Tusquets Editores.
⎯ (2003), La voz de Claudio Rodríguez, Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes.
⎯ (2004), La otra palabra. Escritos en prosa, ed. Fernando Yubero, Barcelona, Tusquets Editores.
⎯ (2006), Poemas laterales, ed. Luis García Jambrina, Lanzarote, Fundación César Manrique.
YUBERO, Fernando (2003), La poesía de Claudio Rodríguez (la construcción del sentido imaginario), Valencia, Pre-Textos.