El pasado 25 de abril, Nepal fue arrasado por un terremoto de 7,8 grados en la escala de Richter con consecuencias devastadoras. Este mismo martes sufrió otro seísmo ─de 7,3 grados─ que va a dificultar todavía más la reconstrucción. Hay ciudades y aldeas arrasadas, templos antiquísimos destruidos, más de 8.000 muertes hasta la fecha, heridos, desaparecidos y desplazados en un país que ya tenía dificultades económicas y sociales antes de la catástrofe.

Nepal es uno de los países más pobres del mundo, con un PIB per cápita que asciende a 2.400 dólares al mes (el puesto 197 en el ranking mundial) y un Índice de Desarrollo Humano (IDH) de 0,463 (el puesto 157). Su evolución económica ha estado siempre condicionada por su posición geográfica, entre dos potencias de máxima influencia, China e India, y en plena cordillera del Himalaya. Su principal actividad es la agricultura, que supone aproximadamente el 30 % del PIB y ocupa a más del 75 % de la población; mientras que el resto procede principalmente del turismo de montaña que llega al país ─con 11 de los picos más altos del mundo, entre ellos el monte Everest─ y de las ayudas internacionales que recibe.

La pregunta que se me plantea ahora, después de haber conocido el país y su funcionamiento durante un año, es ¿cómo se va a recuperar tal azote? La respuesta no es fácil, pero me gustaría destacar varios factores que pueden condicionar una recuperación más o menos rápida.

 

La corrupción de los líderes del país

El sistema de castas (con cuatro divisiones principales) aún está muy presente en la sociedad nepalí y este hecho determina las relaciones interpersonales. Una de las castas más influyentes e importantes, los Kshatriya, es la que dirige la administración pública y controla los servicios públicos, la ley y el orden, la defensa, etc. Al estar en puestos de influencia y haber una relación más que profesional entre sus miembros (con vínculos familiares más o menos cercanos), la corrupción es bastante habitual y, por lo general, aquellos que la practican salen impunes. Lamentablemente, el envío de la ayuda humanitaria y donaciones, así como otras acciones solidarias con el país asiático, están sujetos al pago de impuestos especiales que gravan la importación de materiales, las transferencias internacionales y cualquier actividad que suponga introducir un activo dentro del país; a pesar de que sería positivo que el Gobierno relajara todo este tipo de imposiciones en estos momentos para que la ayuda llegue de forma rápida y el aeropuerto no se colapse.

La inflexibilidad y lentitud de la administración nepalí no parece ser algo que haya cambiado tras la catástrofe. Recientemente, una compañera que se encontraba en Katmandú el día del terremoto y que decidió quedarse en Nepal para colaborar en las labores de ayuda, me contó cómo la Oficina de Inmigración le había exigido el pago de un impuesto especial por haberse retrasado un par de días en la renovación de su visa, que caducaba el mismo 25 de abril. Se lo solicitaron aun cuando, tal y como comprobó mi compañera en varias ocasiones, las oficinas estuvieron cerradas durante los días posteriores al terremoto por el caos generalizado que se apoderó de la ciudad de Katmandú.

La inflexibilidad y la lentitud de la administración nepalí no parece ser algo que haya cambiado tras la catástrofe

El difícil acceso a las aldeas rurales

Cuando hablamos de Nepal, hablamos de todo el país. Los medios se han centrado, por los motivos que sean, en hablar principalmente de Katmandú y del campamento base del Everest. La capital, según fuentes muy cercanas, no se encuentra en una situación tan crítica y a día de hoy ya ha conseguido recuperar más o menos la normalidad en su funcionamiento. Es importante tener en cuenta que solo el 3 % de la población vive en la capital y que el principal problema y dificultad se encuentra en aldeas situadas en las montañas.

Como veíamos antes, más del 75 % de la población de Nepal es rural y, al encontrarse en medio de la cordillera del Himalaya, los desniveles en el terreno entre núcleos de población cercanos son muy acusados. El terremoto ha destruido las carreteras principales, por lo que el acceso terrestre a varias de las zonas afectadas se hace imposible; mientras que la infraestructura aérea es muy escasa y, debido a la climatología (en apenas 20 días empieza el monzón), hay muchos aviones y avionetas que no pueden despegar por el riesgo que conlleva. Por lo tanto, la única opción posible es el helicóptero y estos aparatos son difíciles de encontrar en el país.

Hay muchas aldeas que, aunque hayan sobrevivido al primer terremoto, a las avalanchas y a las réplicas posteriores, se encuentran en una situación muy crítica por este aislamiento y la consecuente falta de alimentos e incluso de agua potable. Nepal no cuenta con la organización ni los recursos de los países desarrollados, que están más preparados para afrontar este tipo de catástrofes y no tienen una geografía tan compleja, por lo que garantizar la supervivencia de los habitantes en estos momentos es aún imposible.

Bhaktapur

Improvisado campamento en Bhaktapur. Imagen Punya bajo licencia [CC BY-SA 4.0]

 

Riesgo para los más desprotegidos

Durante mi estancia en Nepal tuve la oportunidad de colaborar con una ONG dedicada a rescatar a niñas que habían sido secuestradas y llevadas a la India para ser explotadas sexualmente. En una situación de caos como la actual, muchos de los medios que se destinaban a proteger a los más desfavorecidos ─como es el caso de las personas víctima de trata─ se están dedicando a tareas más críticas e inmediatas. Algo que está siendo aprovechado por criminales que se sienten de nuevo impunes y, por ejemplo, hacen creer a niñas y mujeres que las están rescatando a fin de secuestrarlas.

No obstante, al mismo tiempo, la población también está mostrando su mejor cara. A pesar de que casi un 70 % de la sociedad vive con menos de dos dólares al día, la mayoría de los nepalíes son entregados y trabajadores, tienen ilusión y se sienten orgullosos de su país, y en estos momentos están dedicando grandes esfuerzos a ayudar a las víctimas del terremoto y reconstruir el país.

Son las otras tres castas principales del país (aparte de los Kshatriya, ya mencionados anteriormente) –los Brahman (dedicados a la enseñanza, tareas religiosas e intelectuales), los Vaishya (se dedican a los negocios y actividades comerciales) y los Shudra (dedicados al servicio y tareas poco especializadas)– quienes están dando ejemplo de cómo es en realidad el pueblo nepalí y quienes están realmente involucrados en superar esta gran crisis.

La mayoría de los nepalíes son entregados y trabajadores, tienen ilusión y se sienten orgullosos de su país

Las iniciativas que están planteando –especialmente los Brahman y los Vaishya–, están siendo fundamentales: han sido capaces de organizarse en medio del caos y con los escasos medios de los que disponían para recomponer, en la medida de lo posible, la ciudad de Katmandú y empezar a llevar agua, refugio y alimentos a las zonas montañosas. Uno de mis mejores amigos, perteneciente a la casta de los Vaishya, ha perdido absolutamente todo (casa, herencia, familiares, amigos…) y, sin embargo, está volcado en llegar a esas aldeas remotas, consciente de que las vidas de sus habitantes corren peligro si no se actúa rápido. Es tan solo un ejemplo de que las nuevas generaciones trabajan unidas por y para su país, esperanzadas y optimistas con que, a pesar de las dificultades que acarrea, esta situación quizá sirva para ahondar en los cambios políticos y económicos.

 


Nepal necesita (y se merece) ayuda urgente para minimizar el número de muertos que aún queda por llegar. Una buena forma de colaborar con el país y que la ayuda sea efectiva es canalizar las donaciones a través de grandes ONG y entidades de ayuda humanitaria ─como Cruz Roja, Unicef o Médicos sin Fronteras─ o de ONG que se conozcan de primera mano como Maiti Nepal, con la que colaboro. Hay que evitar hacer transferencias directas al país, ya que la donación puede caer en manos equivocadas y no usarse para el fin con el que se ha hecho.