Pasaban cuatro días de la primera vuelta de las elecciones argentinas cuando salió quien parece va a ser el próximo ministro de Economía diciendo con naturalidad que «habrá un dólar único» tras los históricos comicios que se avecinan. «Subirá el oficial, que hoy afecta a pocos, y bajarán todos los otros, que afectan a la gran mayoría», sentenciaba. Argentina está, en efecto, a escasos días de reemplazar un modelo por su antagónico. Según los últimos sondeos, el país está a punto de dar cierre a doce años de Kirchnerismo y conceder el Bastón Presidencial a Mauricio Macri, máximo exponente de la coalición de centroderecha Cambiemos.

Para un argentino, cuya moneda no vale hoy ni un cuarto de lo que valía hace tan solo cuatro años (por no remontarnos más aún), la alocución con respecto al dólar puede hasta pasar desapercibida. Lo que dice Alfonso Prat-Gay es poco más que el pan de cada día en un país acostumbrado a volantazos políticos y económicos en función del ocupante de la Casa Rosada. Sorprende, si acaso, el hecho de que lo diga tan abiertamente, a escasos días de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.

Pero no quiero desviar la atención al ballotage. Imagino que al lector le habrá llamado la atención el sintagma que no por casualidad ocupa el primer párrafo de esta nota: «habrá un dólar único». Por un lado, Prat-Gay habla de dólares y no de pesos argentinos; por otro, habla de un futuro con una única cotización del mismo, como si esto no fuese la norma. No lo es: en Argentina hoy cotizan siete.

De las muchas grietas que asolan al pueblo argentino en los últimos tiempos hay una que además de incumbir cotidianamente a la gran mayoría, puede ser de interés para el lector alejado de la realidad albiceleste. Consiste en que el precio de la moneda local, el peso argentino (ARS), en sus cotizaciones paralelas, carece absolutamente de estabilidad.

lagrietaonline_seacabaeldolaralacarte2.-web

La versión simplificada es que en Argentina existe un amplio menú de precios disponibles según el dólar que quieras o puedas comprar (dólar blue o paralelo, tarjeta, turista, ahorro, soja, etc.), llegando a haber existido una brecha de hasta el 70 % entre los dos más manidos —el dólar oficial y el dólar blue—. Esto significa, por ejemplo, que mientras que los dólares vendidos oficialmente en el banco se pagan a unos 9,5 pesos argentinos, los que se venden en la calle (sí sí, en la calle), de manera ilegal aunque extendidísima, se han llegado a pagar por encima de 16.  Existe, en otras palabras, un mercado paralelo de divisas propiciado por un control de las mismas, realidades que comparten decadentes países como Venezuela (donde la brecha superó en julio de 2014 el 1100 %), y compartían hace no mucho Egipto e Irán . Las causas y consecuencias precisas de este fenómeno son, por supuesto, casi inabarcables en las pocas líneas que me restan, más teniendo en cuenta que el estado de crisis es una realidad tan común en este país que me acoge, que desde 1975, se pueden contar hasta cuatro de ellas. No obstante, me atreveré a esgrimir un par de las más trascendentales:

Muchos coincidirían conmigo en que el actual episodio de distorsión monetaria comienza el 28 de octubre de 2011, cuando el Banco Central de la República Argentina (BCRA) emite la Comunicación A 5239 destinada a las entidades financieras y a las casas, agencias y oficinas de cambio. La misiva rezaba, en una frase para el recuerdo:

Las entidades autorizadas a operar en cambios deberán consultar y registrar todas las operaciones de venta de moneda extranjera a realizar con sus clientes alcanzadas por el ‘Programa de Consulta de Operaciones Cambiarias’ implementado por la Administración Federal de Ingresos Públicos [AFIP] a través de la Resolución General 3210/2011, que indicará si la operación resulta ‘Validada’ o ‘Con Inconsistencias’.

Popularmente, a esta medida pronto se le asignó el término de cepo cambiario, cuyo objeto oficial, según el entonces ministro de Economía y hoy asiduo visitante de los tribunales de justicia, Amado Boudou, era de «dar transparencia al mercado».

En los meses sucesivos, las restricciones fueron en aumento y, con ellas, la formación de un fenomenal —dirían por aquí— mercado negro de divisas. Sin ánimo de ser exhaustivo, he aquí algunas de las restricciones más notables:

  1. La supervisión por parte de la AFIP del concepto de turismo y viajes, regulando normas para el ingreso y egreso de divisas, en diciembre de 2011.
  2. El dictamen, en febrero de 2012, de que las empresas no podrían comprar divisas para girar regalías y dividendos al exterior.
  3. La decisión en marzo de 2012 de que los argentinos solo podrían sacar moneda extranjera en cajeros automáticos ubicados en el exterior con el uso de tarjetas de débito locales.  
  4. El bloqueo, en mayo del mismo año, de la compra de dólares para el atesoramiento y establecimiento de un régimen de información previa para la compra de divisas para viajes al exterior por razones varias (salud, estudios, congresos, conferencias, etc.)
  5. El cobro de un recargo del 35 % a todos los consumos con tarjetas de crédito y débito realizados en el exterior a finales de 2013.
  6. La imposición a empresas (en 2011) y a bancos (este mismo año) de exportar un dólar por cada dólar importado, para que no cayeran las reservas del BCRA.

Lejos de cumplir el objetivo de «dar transparencia al mercado» mediante el acérrimo y progresivo control del quehacer financiero de muchos millones de argentinos durante los últimos años, el cepo ha traído consigo complejas e indelebles marcas en el panorama económico del país. Y creo que la más lamentable e irreparable es la corrupción, en su sentido más literal, de lo que la RAE define como «instrumento aceptado como unidad de cuenta, medida de valor y medio de pago» y en latín (currens) hacía referencia a la condición de fluir o circular: la moneda. El peso argentino no solo ha perdido su valor —se habla de una devaluación del 236 % en los últimos doce años, de una inflación del 900 %, de un 40 % del PIB argentino que hoy se encuentra fuera del país—, sino que también ha perdido su confianza, su condición como medida de valor y medio de pago. Nadie quiere pesos en este país.

lagrietaonline_seacabaeldolaralacarte3.-web

O al menos quería. El pasado 26 de noviembre la bolsa porteña cerró 4.4 % al alza, con subidas de cerca del 20 % en algunos bancos. Era el día posterior a la primera vuelta de las elecciones presidenciales, en que la igualdad entre los dos principales candidatos sorprendió hasta a los mismísimos presidenciables y propició la segunda vuelta, que tendrá lugar el domingo 22 de noviembre. Conforme escribo estas líneas el dólar blue cae modesta pero inequívocamente, dejando entrever un mercado que flirtea con el fin de los controles de capitales. Y mucha gente empieza a sonreír. Digo, a respirar.

Será extraño pasear por la calle Florida sin escuchar la multitud de voces susurrando la palabra «cambio». Si se cumplen los pronósticos, dejaré de sentir ese schadenfreude que sentía al ser abiertamente acompañado al interior de uno de los largos establecimientos de dicha calle para cambiar dinero, rodeado de cajas llenas de billetes y máquinas de contarlos. Porque, como asegura Pray-Gay, el cepo tiene los días contados, y el dólar à la carte se lo queda Venezuela. O mejor dicho: queda aparcado, esperando otro volantazo. Porque Argentina, como decía Stefan Zweig de Brasil, es el país del futuro. Y siempre lo será.