Pensar la realidad hoy en día, desde la propia realidad, no es tarea fácil. Los tiempos que manejamos, el bombardeo de información, la poca credibilidad de la mayoría de los medios o la poca profundización que estos le otorgan a ciertos temas, nos anestesian y nos alejan de la reflexión y del cuestionamiento en torno a determinadas cuestiones. Por esta razón, somos muchos los que optamos por la evasión de la realidad, precisamente para conectar con la misma, pues repensar nuestros valores, nuestros contextos sociales o incluso nuestros sentimientos, partiendo de su reflejo en la ficción, resulta más sencillo o, si se prefiere, más cómodo. Consecuentemente, las películas y las series cumplen hoy, más que nunca, una función social, pues son estas las que parecieran estar evocando preguntas, incitando la transformación o al menos planteando posibles alternativas a nuestros más que institucionalizados patrones de comportamiento.

Con lo anterior, y partiendo de una visión del cine como un reflejo de la sociedad y el contexto en el que se desarrolla, me llama la atención que tres de las cinco películas nominadas al premio Óscar a mejor película de habla no inglesa en 2019, como son Roma (Alfonso Cuarón), Cafarnaúm (Nadine Labaki) y Un asunto de familia (Hirokazu Kore-eda), traten el tema de la familia desde una visión distinta a la generalizada. El hecho de que estas tres películas aboguen —cada una de manera distinta— por una superación de los modelos de la familia tipo, me lleva a pensar que estamos ante una posible ruptura de la institución familiar y quizá, de muchas otras, por lo que me centraré en ellas (aviso, ¡spoilers!) para intentar repensar la familia y las relaciones familiares en el contexto social y cultural actual.

La familia

Una de las mayores instituciones de nuestras sociedades contemporáneas es la familia. Entendida como grupo social aparentemente universal, como fuente de socialización primaria y lugar de origen de nuestras primeras prácticas como sujetos, la familia difícilmente se cuestiona. Sin embargo, ¿cómo es posible que algo tan aparentemente lógico y natural haya sufrido tantos cambios a lo largo de la historia? O, ¿cómo es posible que hayan sobrevivido sociedades como la de los Nayar en la India, con nociones en torno a la familia tan distintas a las que conocemos? La respuesta es sencilla: la familia no es más que una construcción social. Una ficción que, a fuerza de repetirse, se racionaliza y se reconoce a un nivel colectivo como real.

Este entendimiento de la sociedad como algo construido a partir de la dialéctica entre lo objetivo y lo subjetivo es el que defiende —entre otros teóricos constructivistas— el sociólogo francés Pierre Bourdieu. A diferencia del objetivismo, que entiende al sujeto como un mero espectador de las estructuras sociales, o del subjetivismo, que pone a las personas y a sus acciones como creadores de dichas estructuras, Bourdieu, como constructivista estructuralista, entiende que el sujeto interioriza ciertas pautas que le son dadas por la sociedad en las que se desempeña, y las interioriza incorpora y reproduce de manera voluntaria e inconsciente dentro de esa misma sociedad, creando así una concordancia –un diálogo– entre las estructuras sociales y las mentales. Dicho de otro modo, las realidades sociales, como la familia, no son más que «construcciones históricas y cotidianas de los actores individuales y colectivos» (Corcuff, 2013, p. 29). Entonces, ¿podemos llegar a transformar la realidad? Si las condiciones históricas y sociales cambian, ¿no deberían hacerlo también aquellas instituciones que se consolidan gracias y en torno a estos condicionantes? Y lo que es más relevante todavía, ¿podría ser que ya estuviesen cambiando?

Consanguinidad

El primer y quizá más importante rasgo definitorio de la familia es la consanguinidad. Sin embargo, las familias representadas en Roma, Cafarnaúm y Un asunto de familia se caracterizan por la ausencia de estos lazos de sangre, bien sea para señalar la desunión que existe entre aquellos que sí los poseen o bien para mostrar la unión de aquellos que no. Veamos los ejemplos.

De las tres películas, en la que más claramente se ve la ausencia de la consanguinidad para la formación de una familia es en Un asunto de familia, del director japonés Hirokazu Kore-eda. En ella, un grupo de personas sin ningún tipo de parentesco se une formando un modelo de familia tipo de madre, padre, hijos, abuela y tía. Al principio, la película se nos plantea como la historia de Yuri, una niña que Shota (el hijo) y Osamu (el padre) encuentran en la calle y deciden cuidar; sin embargo, a medida que avanza la trama, nos damos cuenta de que ninguno de los miembros de esta particular familia posee lazos de consanguinidad entre ellos, por lo que resultan más impactantes todavía los fuertes vínculos emocionales y afectivos que demuestran. La familia de la película de Kore-eda se ha redefinido a partir de la ausencia, el vacío e incluso la necesidad económica y afectiva, pero no por ello los lazos que unen a sus miembros son menos reales, más bien lo opuesto.

Contrariamente a esta posición, nos encontramos con Cafarnaúm. La directora libanesa Nadine Labaki cuenta la historia de Zain, un niño de unos once años que se escapa de su casa donde sufre malos tratos y se ve obligado a cuidar de un bebé cuando su madre Rahil, una migrante  que acoge a Zain en su casa, es encarcelada por no tener papeles. Aquí vemos cómo, pese a sí poseer Zain lazos de consanguinidad, los lazos afectivos que tiene con algunos miembros de su familia son pobres e incluso nulos. Los padres maltratan, venden y obligan a sus hijos a trabajar, y estos, por su parte, no guardan ningún respeto o cariño hacia sus progenitores, como es el caso del protagonista, que llega incluso a denunciarlos. No obstante, la relación que entabla Zain con el bebé de Rahil (Yonas) es la de un hermano mayor o incluso la de un padre o madre. La protección que él no encontró en su propia familia se la otorga al bebé, configurando una extraña e inocente «familia monoparental».

¿Quién puede permitirse transformar su condición dentro de la unidad familiar? ¿Quién está capacitado para generar dichos cambios sin la estigmatización social?

Por otro lado, en Roma, una historia con tintes autobiográficos del director mexicano Alfonso Cuarón, se dan ambos patrones; en primer lugar, la carencia de vínculos afectivos pese al parentesco biológico entre el padre de la familia y sus hijos; y en segundo lugar, las relaciones afectivas entre los niños y la protagonista, Cleo, pese a la carencia de consanguinidad. Sin embargo, es importante aclarar que la situación aquí resulta más compleja, pues, a diferencia de las otras dos películas, la elección de cuidar de la familia no ha sido una decisión deliberada de la protagonista, sino que se trata de un empleo de 24 horas. Cleo se ha visto obligada a adoptar un rol maternal con estos niños sacrificando, incluso, a su propia familia, lo que subraya los factores sociales, económicos y de género que entran en juego en este caso y que son determinantes en las decisiones y acciones de los personajes. La relación que Cleo mantiene con los hijos de la familia que la emplea podría comprenderse como materno-filial, pero recordemos que se trata de una imposición que, en la mayoría de las veces, la propia Cleo suele olvidar —de ahí que la madre biológica esté constantemente recordándole su función de empleada—.

Al mismo tiempo, como reflejo de lo primero —la carencia de vínculos afectivos pero sí consanguíneos— se nos presenta la figura del padre que abandona a la familia sin ningún tipo de miramiento ni culpa a lo largo de la película, así como también a la misma Cleo que, tras un aborto natural, confiesa que no quería tener a su propia hija. No obstante, abro aquí otro paréntesis, puesto que las condiciones de ambos personajes no se pueden comparar. La precaria situación de la empleada doméstica y la falta de apoyo por parte de padre del bebé, probablemente hayan condicionado su sentimiento de no querer ser madre en primer lugar (de ahí su enorme sentimiento de culpa), mientras que la decisión del padre de abandonar a su familia ha sido totalmente voluntaria. Por consiguiente, se abre otro debate en torno a este tema: ¿quién puede permitirse transformar su condición dentro de la unidad familiar? Somos testigos de un cambio en la concepción tradicional de la familia que en Roma, por ejemplo, se ve reflejado en el papel de la madre cuando decide ser madre soltera. Ahora bien, ¿quién está capacitado para generar dichos cambios sin la estigmatización social? Y más importante todavía, ¿quién o qué legitima dichas transformaciones?  

Fotograma de 'Un asunto de familia', Hirokazu Koreeda

Fotograma de ‘Un asunto de familia’, Hirokazu Koreeda

El Estado

El Estado es otro factor importante para la definición de lo que entendemos por familia.  Retomando uno de los aspectos clave que Pierre Bourdieu señala en su teoría en torno a la familia, el Estado legitima esta institución social —especialmente entendida como un grupo que comparte consanguinidad— en tanto que interviene jurídicamente, le otorga oficialidad y, al fin y al cabo, la define. Dicho de otro modo, «las estrategias de reproducción social de las cuales la familia tiende a ser el sujeto privilegiado, se llevan a cabo dentro de los márgenes de lo que el estado promueve, habilita y restringe» (Seid, 2016, p. 82), algo que, en determinados casos, plantea un problema. Así, nos encontramos con leyes que determinan qué puede considerarse matrimonio o quién puede considerarse madre/padre/ o tutor legal, y con documentos que constatan la situación de una unidad familiar y la identidad de sus miembros a partir de aspectos como el apellido, los nacimientos o las muertes. Ahora bien, ¿cómo puede algo tan externo y general definir, de una manera tan tajante, algo procedente de un ámbito tan privado? Y, por otro lado, ¿qué ocurre con los que se quedan fuera de ese marco legal?

Estar fuera del sistema implica la pérdida de identidad y la negación de la existencia por parte del Estado. Una situación que no ha sido regulada y aceptada por los órganos oficiales sencillamente no tiene cabida en la sociedad, así como una persona que no ha conseguido los documentos para poder vivir y trabajar en otro país tampoco es comprendida dentro de la misma. Esto plantea ciertas problemáticas que se ven reflejadas en Cafarnaúm a través de los personajes de Zain, Rahil y Yonas.  Así, la situación ilegal de Rahil invalida su condición para ejercer de madre de Yonas de cara a la ley y, a su vez, la mera existencia del bebé y del propio Zain es nula puesto que ninguno de los dos aparece en los registros. Ambos están totalmente desamparados por parte de las autoridades porque se encuentran fuera de los márgenes legales establecidos por las mismas.

Igualmente, en Un asunto de familia, la familia protagonista no es comprendida como tal, puesto que sus características no encajan con las definidas a nivel jurídico. Por consiguiente, cuando el secreto de la familia es descubierto por las autoridades, la relación materno-filial que Nobuyo (la madre adoptiva) y Yuri (la niña) comparten, pasa a redefinirse legalmente como secuestro, al mismo tiempo que Shota pierde su identidad como hermano de Yuri y como hijo de Nobuyo y Osamu y adopta la de huérfano, pese a que la relación que mantenía con estos era, claramente, de fraternidad y de paternidad (según lo que entendemos por estos conceptos).

Remarcando el papel del Estado en la consolidación de lo que comprendemos por familia y en quién o en qué circunstancias puede consolidarse como tal, me pregunto qué hubiese pasado si los protagonistas que aparecen en las tres películas tuviesen un nivel socioeconómico distinto, más elevado. Obviamente no tendríamos ciertos problemas de base como la carencia de papeles en el caso de Rahil, por ejemplo, pero, asimismo, ¿le negarían la capacidad para hacerse cargo de su hijo? O, ¿estaríamos hablando de un caso de secuestro en Un asunto de familia? ¿Habría abandonado Cleo a su familia y su pueblo natal de haber nacido en el seno de una familia como la de los niños a los que cuida? Al hablar de familia, debemos hacer hincapié también en otros factores como la etnia, la cultura o la clase social, por lo que es importante no solo centrar la atención en los cambios que se están produciendo en la concepción de la familia, sino también en las condiciones que legitiman dichos cambios.

 

Fotograma de ‘Cafarnaúm’, Nadine Labaki

¿Y ahora qué?

Con lo anterior, quizá deberíamos empezar a cuestionarnos la capacidad que las sociedades actuales tienen para gestionar y entender una institución social como la familia. Las grandes instituciones sociales, cargadas de orden, obviedad y legitimidad moral e histórica, siguen obligando a los individuos a caminar por los mismos senderos de siempre, pese a que la sociedad ha cambiado enormemente y ciertos patrones han dejado de tener sentido. A mi entender, si la comunidad cambia, es nuestra responsabilidad como sociedad adaptarnos al cambio e intentar transformar una realidad que ya se siente distinta.

A su manera, los tres directores aquí mencionados ya han empezado a intentar cambiar las cosas mostrando otro entendimiento de la familia, haciéndonos partícipes de otras realidades y sembrando preguntas a partir de las historias y los personajes de sus películas, aunque depositando la confianza, curiosamente, en las generaciones futuras, en los niños de hoy.

Por una parte, son los más pequeños los que parecieran tener menos miedo a la hora de crear lazos afectivos, independientemente de los lazos familiares o de los condicionantes sociales y/o culturales que puedan llegar a tener con los demás. Esto se aprecia, especialmente, en Roma, en donde las diferencias socioeconómicas que la familia tiene con Cleo generan cierto distanciamiento de los adultos con la misma, al contrario de los niños, que no vacilan a la hora de demostrarle su amor —en ocasiones incluso más que a sus padres biológicos—.

Fotograma de ‘Roma’ de Alfonso Cuarón

Por otra parte, en las tres películas los niños suelen demostrar un entendimiento de la situación aún mayor que los adultos, y quiero pensar que esto no es baladí. En Un asunto de familia,  por ejemplo,  es Shota el que se da cuenta de que la situación en la que se encuentran él, y en especial Yuri, no es la correcta. Se siente incómodo con la situación al ver que su «hermanita» está sin escolarizar y aprendiendo a realizar pequeños hurtos para sobrevivir, al igual que Zain en Cafarnaúm con el hecho de que sus padres sigan teniendo hijos que no pueden mantener. Así, en ambos casos, son los niños los que dan cuenta de lo dañino de las circunstancias y generan, consciente o inconscientemente, un cambio en las mismas. En la película japonesa, las autoridades intervienen y sacan a los niños de esa situación de precariedad después de que Shota es atrapado por robar en una tienda para proteger a Yuri, y en Cafarnaúm, el protagonista decide denunciar a sus padres por haberlo traído al mundo y para que dejen de tener más hijos, que solo conocerán el sufrimiento y la explotación. Resumiendo, si bien los niños no llegan a comprender la totalidad del contexto en el que se mueven —pues existen factores como las relaciones de poder o las diferencias socioeconómicas que no disciernen debido a su corta edad— es en ellos, pese a todo, en donde encontramos la reflexión y la semilla del cambio.

Para acabar, me quedo con la esperanza de que se sigan haciendo películas, series o cualquier tipo de representación artística en general, que despierten en nosotros, al igual que estas tres películas, la necesidad de repensar nuestro entendimiento de las relaciones o de cualquier otro tema. En este caso, se nos avienta a redefinir las bases sobre las que queremos formar una familia, una amistad o cualquier tipo de relación, pero extrapolemos esta búsqueda de reflexión y cambio también a otros lugares. Repensemos las bases sobre las que se fundamentan nuestros sistemas socioculturales, políticos, educativos, entre tantos otros, y no tengamos miedo de evolucionar, transformar y derrocar nuestras propias construcciones, pues solo de nosotros depende la perpetuación o el cambio de las mismas.

 

Bibliografía:

  • BOURDIEU, P. (2011) Las estrategias de la reproducción social. Buenos Aires. Editorial Siglo XXI
  • CORCUFF, P. (2013) Las nuevas sociologías. Principales corrientes y debates, 1980-2010. Madrid. Editorial Siglo XXI.
  • SEID, G. (Octubre 2015-Enero 2016). La familia como ficción realizada, cuerpo integrado y campo de lucha en Pierre Bourdieu. Unidad Sociológica I Número 5 Año 2. Disponible en línea enhttp://unidadsociologica.com.ar/UnidadSociologica58.pdf