Parece ser que antes el Centro de Ciencias Humanas y Sociales  del CSIC estaba mejor situado, cerquita de la plaza de Neptuno, pero ahora se lo han llevado a un sitio con menos encanto. Y así, da la sensación de que las humanidades también quedaron relegadas en algún momento. El edificio es rojo y pesado y su parking, de dimensiones gigantescas, parece el de un centro comercial. El coche avanza buscando una plaza de invitados y antes de encontrarla Luis Alberto de Cuenca aparece detrás de una columnaamarilla, gris, blanca con un número cualquiera.  Las maneras de un poeta elegante se podrían desmoronar entre tanto monóxido de carbono, pero no es así. «Allí mismo se puede aparcar», dice con unas manos finas.

Woody Allen habla en Annie Hall de glosopeda, un neologismo que mezcla glosario y pedantería, y una colección de más de dos mil ejemplares de libros clásicos ordenados alfabéticamente en un despacho sobrio, de académico, asustan. Sin embargo, su poesía es la de la comunicación, la que hace del arte algo accesible. Allí mismo, a la derecha de la butaca de oficina donde el último Premio Nacional de Poesía lleva a cabo sus labores de investigación en filología grecolatina, hay un perchero idéntico al de Duchamp; señal que evidencia que Luis Alberto de Cuenca prefiere estar en todos los sitios a la vez, prestar atención a todos para crear. Desde políticos, como en su etapa como secretario de Estado de Cultura hasta músicos como Javier Gurruchaga o Loquillo. Algo de esto hace que en este despacho entremos también nosotros.

 

Traductor, poeta, columnista, ensayista… ¿Es usted algo así como un hombre del renacimiento?

Yo creo que eso es un poco excesivo. Lo que si me gustaría es llegar a ser un aprendiz de humanista. Los humanistas eran unas personas que estaban pendientes de todo y atentas a todo. Lo mismo les gustaba el arte, que la filosofía, que la historia, que la filología… Y en ese sentido yo tengo una curiosidad sin límites, la misma que tenía a los veinte años. Eso es fantástico y creo que no se debe perder nunca.

 

¿Y es por la poesía por lo que más curiosidad o pasión siente?

Yo creo que sí. Pero más que pasión, porque pasión tengo por todo, la poesía es lo que hago menos mal de todas las cosas que hago…

 

¿Poeta entonces?

Si tuvieran que definirme con una sola palabra, poeta es la que más me gusta.

 

Dice que el Premio Nacional de Poesía era una cuenta pendiente.

Muchas personas me han dicho:«¡Pero si creíamos que ya tenías el premio!». Pues no lo tenía, y creí que no lo iba a tener nunca porque ya van pasando los años y uno piensa que se le ha pasado el arroz. A no ser que seas un idiota y creas que te mereces todos los premios del mundo, lo ideal es aceptarlos como algo  milagroso y así es como lo acepté yo. No sabía ni cuándo se fallaba, ni si tenía libro para esta convocatoria, así que ha sido una sorpresa fantástica.

 

Habla de un espíritu amateur  en su poesía…

Siempre he defendido el espíritu amateur más que el espíritu profesional. Cuando uno se profesionaliza pierde espontaneidad, frescura. Creo que el amateurismo es el estado perfecto. Yo siempre he sido un gran aficionado al tenis y recuerdo que en los años sesenta en los campeonatos como mucho había diez  profesionales, los demás éramos amateurs y era mucho más bonito, además entre los amateurs hay mucho más sentido de fair play.

Para ser buen poeta hay que leer, leer y leer más

Pero después de los reconocimientos uno podría parecer profesional.

Hombre, otra cosa es que al final una carrera literaria te hace profesional en el sentido de que sabes que es lo que hay que hacer para mezclar las palabras, solamente eso. Por lo demás, hay que mantener el espíritu amateur hasta que te mueras.

 

Entonces, ¿te hace mejor poeta ese espíritu?

No creo. Eso sería una finalidad pragmática del amateurismo y se trata más de  una  actitud ante la vida. Para ser buen poeta hay que leer, leer y leer más.  Después, evidentemente hay que escribir, porque de lo contrario no llegas a ser poeta (risas). Pero lo primero es la lectura, que debe ser una constante a lo largo de la vida. Leer y estar ilusionado con la lectura, que siempre te diga algo nuevo.

 

¿Usted cree que poeta se nace y no se hace?

Siempre he dicho que creo que se nace. Lo que ocurre es que una cosa es que se nazca poeta y otra cosa es que luego se llegue a ser poeta. Hace poco comentaba que mucha gente nace poeta y jamás escribe una línea.  Lo que se necesita desde el nacimiento son algunas cualidades que hagan que la poesía sea algo con lo que tú dirijas tu mirada al mundo.  El poeta necesita explicar por escrito sus sentimientos, sensaciones… su indefensión, al final.  El arte también es un bálsamo contra la indefensión en la que nos encontramos los seres humanos, contra una soledad grande. De algún modo yo empecé a escribir para salvarme, hay una especie de ingrediente de salvación en la escritura y tienes que tener una serie de cromosomas para saberlo bien.

 

¿Y aquellos que escriben sin tener esa mirada?

Sospecho que habrá poetas que no han nacido poetas y que se empeñan en serlo. Ahí hay que ser liberal y yo lo soy en todos los aspectos. La gente también tiene derecho a hacer lo que le dé la gana. Al igual, aquellos que ven el mundo con una determinada sensibilidad no tienen porqué haber publicado veinte libros.

El arte es un bálsamo contra nuestra indefensión

Habla de que la poesía es una especie de bálsamo, ¿cura al que la lee o cura al poeta de ser poeta?

Mitiga el dolor de las personas, el del poeta también. El poeta no es más que un ser humano que hace versos. Lo decía muy bien Pessoa en una frase que siempre repito:«El poeta es un fingidor/Finge tan completamente/ que hasta finge que es dolor/ el dolor que en verdad siente». Eso es el poeta. Hoy existe una deificación del poeta, de los artistas, y  he visto como muchas veces son arrogantes, como si tuviesen una comunicación especial con los dioses, y tienen la misma que puede tener cualquier persona.

 

En una tertulia en la radio le escuché hablar del arte como un modo de superar a la muerte…

Más que de superarla —que no se puede superar— hablaba de un modo de dulcificarla, de hacerla más habitable porque tenemos que vivir con ella en nuestro horizonte. Creo que desde las pinturas parietales hasta hoy, el arte ha sido un modo de luchar contra la muerte, de dejar algo detrás, un recuerdo en las gentes. Cuando alguien lee un poema de Juan Ramón Jiménez de algún modo lo está resucitando, en ese sentido hablo yo de la batalla contra la muerte.

En la literatura la pervivencia de las cosas depende de las modas

¿Y el recuerdo le hará justicia?

No lo sé. Lo que sí sé es que en la literatura la pervivencia de las cosas depende de las modas, así que nunca se sabe. Por ejemplo, hay escritores formidables que vendieron muchísimos libros durante el siglo pasado y de los que hoy nadie se acuerda. En cambio, otros como Pessoa o Cavafis, que publicaron muy poco en vida, son muy reconocidos en la actualidad. Pessoa sólo publicó un libro en vida y hoy está reconocido como uno de los diez mayores poetas de todos los tiempos. Es todo muy relativo, por eso nunca hay que pensar que uno ha recorrido ya el camino. Eso lo dictará el paso del tiempo.

 

Usted suele comentar que en su poesía existe una «ficcionalización del yo».

El poeta crea un personaje y ese personaje que habita en mis versos no es Luis Alberto. Ambos van en líneas paralelas, pero nunca llegan a juntarse. Ese es el fenómeno de la ficcionalización del yo. A veces escribes un verso y te preguntan:«¿Pero qué te pasó aquel día? ¿conociste a una mujer? ». Y no hiciste nada, lo único que hiciste fue inventarte algo. Pero ocurre que ese personaje también eres tú en cierto modo, aunque no tiene porqué haberte pasado biográficamente aquello que explicas. En mi poesía, cuanto  más autobiográfico parezco, es cuando más he inventado.

 

Imagino que sus amigos también le preguntarán si pensaba en ellos al escribir tal o cual cosa…

Claro. En eso consiste la magia de la poesía. Uno es el que escribe pero al mismo tiempo puede ser portavoz de todos.  En la poesía se intenta hablar de muchos de los atributos de la humanidad: amor, miedo, odio, deseo… y estos son comunes a todos, por lo que es lógico que la gente al leer tus libros se sienta identificada. Esto refleja la idea de que cada ser humano es un microcosmos que en cierto sentido representa el macrocosmos del  universo.

 

¿Pero no cree que sólo encontramos ese efecto en las grandes obras, en lo que es de verdad bueno?

No. Pienso que cualquier persona —escriba mal, bien o regular—  es susceptible de que otras personas se sientan identificadas y haya creado cierta universalidad. La finalidad de la poesía es la de comunicar y hay que recordarlo porque el escritor a partir del romanticismo se ha alejado mucho del público. Ha habido una individualización que ha desembocado en una incomunicación grande.

Ha habido una individualización que ha desembocado en una incomunicación grande

Alguna vez ha dicho que no es tiempo para la rima…

Pienso que estamos en un espacio cultural, que es el de la postmodernidad, que significa que es tiempo de todo porque todo se cruza. Es tiempo de poesía silenciosa, poesía figurativa, poesía comunicativa, poesía hermética. Creo que estamos en un mundo bastante libre en este aspecto, porque en lo demás estamos bastante oprimidos.

 

¿Todo vale?

No, no todo vale. Todo vale en cuanto a escuela estética, es decir, no  tiene porqué haber una tendencia dominante que sofoque a las demás. Pero no cabe la menor duda de que tiene que haber un criterio de calidad que es el que ejerce la crítica.

 

¿Y cree que la crítica pasa por un buen momento?

Bueno, es cierto que hoy en día no pasa por un buen momento. Sólo hay que ver los suplementos culturales… Ahora bien, tenemos internet donde la crítica se ejerce desde blogs o las redes sociales y por eso habrá siempre filtros. Por eso no todo vale, porque siempre habrá un criterio de calidad que atempere lo que se está creando.

No creo que sea bueno estar obsesionado con la actualidad y el último libro que se acaba de publicar

¿Qué considera usted que es arte?

Diría que lo que los artistas dicen que es arte. Pero hay un filtro que sólo lo da el tiempo.

 

No hay arte, hay artistas…

No es mala esa frase, pero ocurre que también soy una persona que cree en la tradición. Desde las pinturas de las cavernas hasta hoy se me hace difícil pensar que no hay arte. Aunque esas pinturas de las cavernas a lo mejor no tuviesen una intención artística, después las hemos saludado como algo fundamental en la historia del arte. Siempre he intentado mantener una postura vanguardista y clásica a la vez. Puede que sea en algún sentido platónico, porque creo en la idea del arte y si esa idea informa las manifestaciones artísticas, son arte.

Me gustan poetas como Francisco José Martínez Morán, Ben Clark, Elena Medel o Bárbara Butragueño. También Luna Miguel

¿Cree también en la inspiración, en las musas?

Sí. En ese sentido soy bastante romántico. Creo en la inspiración, a veces el poema se escribe sólo, como algo mágico…

 

¿Qué opinas de la poesía actual? ¿Crees que es necesario estar al día?

Me gusta mucho la poesía joven, sin embargo, creo que es bueno leer a los contemporáneos relativamente, porque tu camino lo tienes que forjar con lecturas ya consolidadas. No creo que sea bueno estar obsesionado con la actualidad y el último libro que se acaba de publicar. Me gustan poetas como Francisco José Martínez Morán, Ben Clark, Elena Medel o Bárbara Butragueño. También Luna Miguel, que además es schowbiana como yo. Los primeros libros de uno suelen ser ecos de otros; en mi caso, de Juan Ramón Jiménez y Gimferrer, y ella ya tiene un mundo propio.