Cuando se aterriza en Berlín todo parece demasiado vacío. Calles amplias, trenes que cruzan parques más parecidos a bosques, solares desérticos y bastante frío en la nariz. Es la ciudad perfecta para enfocar panorámicas generales, porque siempre está presente el paisaje. Hasta las nuevas moles que hablan de tiempos de bonanza y recuperaciones mágicas como Postdamerplatz están pensadas para dejar hueco a los ángeles del Cielo sobre Berlín y que, cuando grabemos nuestro plano general, quepa todo en el encuadre.

Esta edición de la Berlinale ha contado con una Sección Oficial sin grandes sorpresas y que, aunque no ha decepcionado, tampoco me ha supuesto grandes sorpresas. Ha sido otro año más en el que he llegado después de los días en los que se proyectaba la ganadora del Oso de Oro, On Body and Soul, pero no se ha cumplido mi gran temor, perderme alguna de mis imprescindibles de este año: Una mujer fantástica, The Other Side of Hope y On the Beach at Night Alone.

Escribir sobre las películas siempre me resulta extraño porque siento que solo pueden hablar ellas. A mí solo me quedan las sensaciones, las sonrisas y las reflexiones que te agitan en la butaca y cuando les das muchas vueltas en el metro de camino a casa. He tomado multitud de apuntes a oscuras a los que dejo pasar unos días bajo otra luz, como si con la distancia todas esas sesiones fantasmagóricas hubieran ganado peso real y unos kilos de reflexión y conexiones. Volver de un festival de cine te deja un pesar único, que te empuja a seguir viendo todas las películas que puedas, a disfrutar aún más de esas horas y media en las que otros eligen tu mirada.

1. El plano panorámico: la historia siempre vuelve

Una de las pocas tendencias generales a las que se puede reducir esta edición es sin duda el interés mayoritario por la historia y las lecturas que se hacen sobre ella. A muy distintos niveles narrativos (y políticos), películas como Viceroy’s house o Joaquim, se adentran en un pasado más o menos lejano para encontrar muchas de las respuestas que generan ansias hoy en día.

Fotograma de 'Viceroy's house', de Gurinder Chadha

Fotograma de ‘Viceroy’s house’, de Gurinder Chadha

Viceroy’s house, de la directora británica de origen indio Gurinder Chadha, cuenta la historia de la independencia de la principal colonia del Imperio británico al más puro estilo David Lean. Bajo los techos del palacio del virrey de la India, el último mandatario británico tiene que encargarse de guiar hacia la madurez y la calma a un país convulso, donde se recrudecen las luchas religiosas entre hindúes y musulmanes. Y todo ello aderezado con una historia de amor surgida en tiempos más sencillos pero que, como el país mismo, se ve truncada de forma dramática. Viceroy’s house es una película que parece haberse hecho en otra época, que toma como principal referente el Gandhi (1982) de Attenborough y cuya intención e historia diplomática son, al menos, interesantes, lo que no se puede decir de la trama melodramática que le sirve para simplificar el conflicto visto desde la posición del pueblo indio.

Fotograma de 'Joaquim', de Marcelo Gomes

Fotograma de ‘Joaquim’, de Marcelo Gomes

Otros tiempos y tierras son los que interesan a Marcelo Gomes, quien en Joaquim hace un retrato de Tiradentes, el primer líder de la Independencia brasileña. Gomes pone al espectador en la piel de este soldado preocupado por medrar en la jerarquía del Imperio portugués, obsesionado por una esclava, Blackie, a la que intenta comprar infructuosamente y por la que se lanza a la búsqueda de yacimientos de oro. La película busca hacer un retrato naturalista, sucio en su forma y fondo, de una tierra podrida, donde el afán de cambio no esconde más que una risa sardónica, como si todas las revoluciones no fueran más que giros irónicos de poder que, desde las sombras, se alimentan de los débiles que lo dejan todo en manos de los sentimientos.

 

2. Plano americano: documentar a quien habla

Uno de los puntos fuertes de la Berlinale entre la galaxia de los grandes festivales es la atención que dedica al documental, cuyo discurso encuentra su hueco tanto en la Sección Oficial como en las paralelas, sobre todo en Panorama. Entre las más interesantes están I am not your negro, una de las principales apuestas de este año por el Oscar a Mejor Documental; El pacto de Adriana, un diario sobre los descubrimientos íntimos que se manchan de la Historia; o Beuys, que mezcla archivo y recreación de la vida de este artista alemán capaz de colonizar Nueva York con grandes instalaciones en las que domina el vacío. Todas ellas constatan que el documental es una forma de leer e interpretar, un espacio en el que dudar y dialogar con un espectador que sale del cine como si fuera un luchador dialéctico.

Montaje de 'I'm not your negro', de Raoul Peck

Montaje de ‘I’m not your negro’, de Raoul Peck

I am not your negro es una de las dos películas con las que Raoul Peck se ha presentado en Berlín, junto con El joven Karl Marx. Peck basa este documental en las notas que James Baldwin reunió para escribir Remember this house, un libro que pretendía repasar el conflicto racial en la América de los años sesenta. Baldwin no dejó más que apuntes en los que se centraba en la importancia y circunstancias que rodeaban a Medgar Evers, Malcolm X y Martin Luther King Jr. desde una perspectiva personal. El director haitiano repasa los clichés que construyeron un sueño americano repleto de sonrisas arias, donde el cine se llena de héroes blancos que acaban con los indios, Joan Crawford bailando como si llevara el Caribe en la sangre y negros que tienen que cargar con las condenas porque el cine es un arma letal para reflejar la realidad. Peck, para quien el cine clásico es ante todo un arquitecto de ideologías, revisa una época de la que «la gente ha olvidado lo excepcionalmente joven que era todo el mundo», analiza lo bien que hablaban los negros ante la cámara bajo la mirada de interlocutores que ya los habían condenado y la desconexión general entre lo privado, donde habitaba el miedo, y la sonrisa pública que se preparaba para la foto.

El pacto de Adriana retrata un puzzle de cinco años donde los descubrimientos y los muchos silencios recuperan el documental como un arma política

Fotograma de 'El pacto de Adriana', de Lissette Orozco.

Fotograma de ‘El pacto de Adriana’, de Lissette Orozco.

Por su parte, El pacto de Adriana parte de un descubrimiento familiar para desentrañar los nudos de la historia nacional para demostrar que la conciencia histórica se obtiene involucrándose, porque el terror es una sensación que solo afecta y edifica cuando se transforma en algo personal. Cuando Adriana, la tía de la directora Lissette Orozco, vuelve a Chile después de varios años trabajando en Australia, la policía la detiene y acusa por su pertenencia al DINA, la brutal policía secreta de la dictadura de Pinochet. Lissette coge su cámara como si fuera el diario en el que narrar este error pero, paso a paso, va desentrañando las contradicciones de su tía y los secretos a voces de un país que decidió hacer borrón y cuenta nueva pero que dejó enterrados cadáveres e injusticias. El pacto de Adriana retrata un puzzle de cinco años donde los descubrimientos y los muchos silencios recuperan el documental como un arma política, con una cámara preocupada por desvelar las sombras de la verdad y los claroscuros que genera el cariño familiar. Un documental que, sin grandes alardes estilísticos, quiere dar testimonio de una generación sin discurso histórico y que, para formarlo, recurre a escuchar y revisar los archivos con más ganas de futuro que de pasado.

Uno de los momentos del documental 'Beuys' de Andrés Veiel.

Uno de los momentos del documental ‘Beuys’ de Andrés Veiel.

El cine alemán es siempre una cuota de la Berlinale de la que nunca consigo zafarme, porque ir a un festival alemán y no pasar por alguna película nacional siempre me provoca una responsabilidad que después pago con mucho aburrimiento. Sin embargo, Beuys es uno de esos documentales biográficos que escapan de la hagiografía para recrear a un personaje más por sus distintas facetas y contradicciones que por sus logros secuenciales. El film es una mezcla de ficción para recrear happenings de Joseph Beuys con imágenes de archivo, las obras de arte y el compromiso político, lo personal y las revistas de arte. A pesar de su caos y repetición, Beuys traza un recorrido fascinante por el arte Fluxus y una época en la que el arte tenía el poder mediático de plantar a un artista en la política nacional.

 

3. Plano secuencia: la polisemia de las fiestas

En inglés, party significa tanto fiesta como partido. Como si fuera una entrada en el diccionario, la última película de Sally Potter, The Party, utiliza el blanco y negro más expresionista posible para retratar a tiempo real la celebración del triunfo político de Janet. La interpreta una Kristen Scott Thomas que, como todos los asistentes, van enfermando con los secretos que salen a la luz. En tan solo 70 minutos, la película enloquece al ritmo de música de guateque como si la cocaína le subiera al espectador en vez de a Cillian Murphy. Los siete participantes de la fiesta juegan en un Cluedo de la rabia donde los altos valores se desenmascaran como el triunfo de la amoralidad y del dinero por encima de los ideales políticos.

Fotograma de 'The Party', de Sally Potter

Fotograma de ‘The Party’, de Sally Potter

The Party es una reflexión irónica sobre la pérdida de valor de la izquierda, incapaz de ser sincera con los ideales que defiende. Para Sally Potter, la clave de la película es que «estamos perdiendo la capacidad de decir la verdad», la luz que da expresividad aunque se pierda la belleza. Si la política es un poder que se manifiesta en todo tipo de relaciones humanas, The Party defiende que solo cuando estas abandonan su faceta materialista y se adentran con las manos sucias en los ideales demuestran que los errores de la sociedad (y la sombra del Brexit que se cierne sobre la película) se deben a la pérdida de contacto con los principios más íntimos.

 

4. Un primer plano con espejo

Para John Berger, el retrato clásico de la mujer en el arte antiguo la presentaba como una visión creada a partir de la imagen de los espejos. «Las mujeres se miran a sí mismas siendo miradas» porque la imagen femenina se crea, en gran medida, a partir de los reflejos que se obtienen del entorno, de lo que vemos en la mirada de los otros. Una mujer constata quién es no por sí misma, sino cuando consiga legitimar esa imagen entre lo que le rodea.

«El cine debería parecerse más a una pregunta que a una respuesta», afirmó Sebastián Lelio en la rueda de prensa. Y sin duda en Una mujer fantástica, al igual que pasaba en Gloria (2013), la gran pregunta de la cinta abre el paréntesis sobre la identidad femenina y cómo esta se construye. Marina, una cantante transexual feliz y enamorada, hasta que  una noche su novio Orlando muere de un aneurisma sin que nada lo haya avisado. A partir de ese abandono, el territorio sobre el que pisaba firme se desvanece: aparece la familia de Orlando para denigrarla y negarle cualquier gesto de despedida, la echan de su casa e, incluso, la policía sospecha que pueda haber cometido un crimen.

Daniela Vega en un primer plano de 'Una mujer fantástica', de Sebastián Lelio.

Daniela Vega en un primer plano de ‘Una mujer fantástica’, de Sebastián Lelio.

Marina es «una quimera» y se mira en los espejos, porque la seguridad que había alcanzado de ser quién era se resquebraja ante cada persona nueva que aparece. Transforman su cara en la de un monstruo, la insultan y, en la desesperación, solo le queda perder su imagen y tomar la que le imponen para lograr encontrar un poco de esperanza, como si los secretos se guardaran en las taquillas y no en el silencio. La ganadora del Oso de Plata a Mejor Guión es todo su viaje de despedida, en el que no hay espacio para ceremonias, se convierte en un triunfo de la fantasía, porque el pensamiento mágico que tan bien contaba Joan Didion tiene que encontrar siempre su espacio ―incluso gracias a las luces estroboscópicas y la música de Matthew Herbert que llena la cabeza de la protagonista―. El film es un ejercicio de empatía que interpela al espectador qué papel asumiría en una situación así. De fondo, está una ciudad de Santiago llena de solares y lugares vacíos que recorre Mariana encerrada en su coche, una burbuja que se desinfla hasta la desesperación.

Estiu 1993, basada en la vida de la directora, es una cinta totalmente sensorial, donde los juegos de la infancia sirven para construir una nueva familia y desenterrar los miedos

Otro gran retrato femenino visto de cerca es Estiu 1993 de Carla Simón, la ganadora de la Mejor ópera prima de esta edición, que cuenta la adaptación de Frida tras la muerte de su madre por el SIDA. La película, basada en la vida de la directora, es una cinta totalmente sensorial, donde los juegos de la infancia sirven para construir una nueva familia, desenterrar los miedos y construir a tientas amores para los que no se tienen muchas palabras. Frida se muda con sus tíos y su pequeña prima Anna lejos de Barcelona, a un mundo rural donde susurran cuando se da la vuelta. Allí tendrá que encontrar la forma de entender un nuevo amor, superar el miedo a que no la quieran pero siempre en silencio, un duelo para el que no se tienen referencias ni se encuentran reflejos, igual que les pasaba a los niños de La influencia (2007) de Pedro Aguilera.

Fotograma de 'Estiu 1993', de Carla Simón.

Fotograma de ‘Estiu 1993’, de Carla Simón.

La ira que Frida proyecta hacia Anna, quien la adora desde el principio, retrata con sutileza el miedo que siente al aterrizar en tierra de extraños en un verano lleno de aburrimiento, excursiones y picaduras de mosquito, con la luz cálida que promete días felices a pesar de las inseguridades que genera todo principio inesperado. Una pequeña maravilla que juega a despertar realidades cuando estamos sumergidos en el juego más inocente.

 

5. El plano en profundidad: el amor y la solidaridad con el mundo de fondo

Hong Sang-soo parece que quiere hacer pleno en los festivales de cine. Desde que en 2015 ganara el Leopardo de Oro en Locarno con la ouliponiana Ahora sí, antes no, ha pasado por el Zinemaldia de 2016, esta Berlinale y, si todo va bien, estrenará en Cannes La caméra de Claire con Isabelle Huppert.

Personajes de Hong Sang-soo cenando y leyendo en 'On the beach at night alone'.

Personajes de Hong Sang-soo cenando y leyendo en ‘On the beach at night alone’.

En el momento de mayor reconocimiento de su larga trayectoria, y a partir del escándalo que levantó en Corea el fin de su matrimonio tras empezar una relación con la actriz Kim Min-hee, Sang-soo llegó a Berlín con la calma de siempre para representar sus últimas convulsiones sentimentales en On the beach at night alone: una película en dos tiempos que parece una larga carta pidiendo perdón a la mujer con la que comparte su vida. Como una Annie Hall oriental, Younghee (protagonizada por Min-hee, quien se llevó el Oso de Plata a Mejor Actriz) es una de esas mujeres fascinantes y encantadores que no ocultan sus partes agrias, que está llena de deseo y de fantasías pero por la que el director del que se ha enamorado no ha apostado. Entre Hamburgo y Corea, la protagonista recorre calles y se adentra en esa frontera resbaladiza como la orilla del mar que es el desamor, dejando «desvanecerse con gracia» ―como dice ella misma― su miedo a la soledad para encontrar lo que realmente quiere.

En todas las películas de Hong Sang-soo dominan la reflexión sobre el amor, la intimidad que se crea gracias al zoom cuando la conversación se adentra en terrenos peliagudos plagados de alcohol y la magia de los sueños y las desapariciones. En On the beach at night alone todas las constantes de su cine crean un universo lleno de ecos a otras películas que recibe al espectador como si se adentrara en un hogar. La última película de Sang-soo se disfruta con la magia de El rayo verde (1986), esta vez con la luz invernal reflejada en las playas porque no se encuentran las alegrías sino que se constata las carencias del amor.

The other side of hope es la más oscura desesperanza, un vacío desazonador que Kaurismäki, con su magia, consigue llenar de sonrisas frente al pesimismo de su visión

El azul de fondo en 'The other side of hope' de Aki Kaurismäki.

El azul de fondo en ‘The other side of hope’ de Aki Kaurismäki.

La otra gran estrella de esta edición era Aki Kaurismäki, cuya The other side of hope era sin duda la gran esperada de la sección oficial, aunque solo se llevó el Oso de Plata por Mejor Director. El cine del finlandés es, al igual que el del director coreano, otro hogar en el que reconoces todos los elementos: la fotografía en la que domina el azul de la melancolía, los trabajos que carecen de espacio en el mundo moderno, la comedia pronunciada con la mayor seriedad posible y un relato que se levanta como un cuento de la infancia para hablar de una Europa incapaz de albergar misericordia.

La huida de un joven sirio hasta el puerto de Helsinki, marcado por el carbón como el blanco perfecto, le empuja ante la negativa de las instituciones europeas para darle asilo y, en su huida, encuentra hueco en un restaurante salido de los años sesenta donde sus trabajadores intentan mantener una fantasía abierta. The other side of hope es la más oscura desesperanza, un vacío desazonador que Kaurismäki, con su magia, consigue llenar de sonrisas frente al pesimismo de su visión. Una película llena de canciones al girar cada esquina y que, por primera vez en la filmografía del director, retrata un espacio real: un centro de refugiados, también plagado de humo, donde las almas solitarias no han olvidado la importancia del compañerismo.

 

El Berlinale Palast antes de una proyección. Fotografía de Pilar Torres

El Berlinale Palast antes de una proyección. Fotografía de Pilar Torres

De lo que no escapa ninguna película es de los títulos de crédito. Sirven para volver a la realidad y expulsarnos sutilmente de la fantasía, porque es difícil aceptar volver a la vida real cuando son otros los que viven mientras tú puedes opinar a oscuras. En un momento de Ahora sí, antes no, un personaje le confiesa al director de cine protagonista que sus películas le hicieron entender «que el mundo no era tan malo como creía». La Berlinale, un festival que siempre alza bandera política y la lucha contra las injusticias, ha confirmado, una vez más, que si algo nos proporciona el cine es esa dosis extra de confianza en el mundo, para hacernos creer, aunque sea durante 90 minutos, que los cuentos y la felicidad son otra forma posible de ver la vida.