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El historiador de la Revolución francesa Jules Michelet decía que «cada época sueña la siguiente». En mayo del 68, la juventud parisina proclamaba: «soyons réalistes, demandons l’impossible» («seamos realistas, pidamos lo imposible»). El pasado 31 de marzo, se decretó «rêve général» («sueño general») en la Plaza de la República. Estos fragmentos de revolución nos recuerdan que los episodios que trastocan el código de nuestro universo siempre parten de un sueño, de una forma de acercar lo imposible a través de la imaginación. Soñamos con una vida mejor, con otra forma de ser juntos. En definitiva, soñamos con algo que escapa del orden previsible de las cosas. Pero existen dos actitudes frente al sueño de que algo mejor es posible. La primera consiste en sentarse a esperar a que el cambio suceda por sí solo o, una actitud algo más realista, dejar que lo hagan los demás. La gente que se congrega en las plazas francesas en la Nuit Debout ha optado por una segunda alternativa: provocar el cambio. Recuperando a Walter Benjamin, la llegada del mesías (término que él utiliza para hablar de la revolución) no se espera sino que se provoca. Si como decía Benjamin, «cada segundo era la pequeña puerta por la que podía pasar el Mesías», entonces cada segundo es propicio para hacer advenir el cambio.

De nuevo las personas salen a las calles y recuperan las plazas, espacio tradicional de la política. De nuevo salta la chispa que prende la política insurgente. Y de nuevo surge el reto de analizar la complejidad de este fenómeno. Para ello conversamos con Benjamín Arditi, teórico político de la Universidad Nacional Autónoma de México interesado en movimientos como el 15M, Occupy o #YoSoy132 en México. Discutimos acerca de las características y los límites de las formas políticas como la que sacude en estos momentos el panorama político francés. Benjamín nos propone una mirada original sobre la Nuit Debout que nos ayuda a comprender que las insurgencias tienen valor en sí mismas. Retomando el título de uno de sus artículos, «las insurgencias no tiene plan, ellas son el plan».

 

La consigna que prendió el 31 de marzo en République fue no volver a casa tras la jornada de manifestaciones y pasar la Nuit Debout. Parece como si los manifestantes hubiesen decidido que el trabajo de ciudadano no es uno que se ejerza a tiempo parcial o en ocasiones solemnes sino que se prolonga en el tiempo, que, realmente, nunca deja de ejercerse ¿Qué tipo de ciudadanía se está gestando en las plazas? ¿Qué tipo de relación implica respecto a la democracia representativa?

Se puede intentar responder a tu pregunta invocando la categoría de ciudadano. Por ejemplo, podría decir que somos testigos de cómo la ciudadanía política se expande más allá de la visión liberal del ciudadano elector. La gente también quiere ejercer su ciudadanía en los periodos interelectorales sin restringir ese ejercicio a la expresión de la opinión pública.

Pero tengo dudas respecto de si la categorías de ciudadano y ciudadana es la correcta. Tal vez sería más atinado recuperar discusiones posteriores al 15M y recuperar la categoría de persona. Esto no tiene una dimensión necesariamente prepolítica. La gente que participa en la Nuit Debout experimenta con modos diferentes de ser juntos, de relacionarnos entre nosotros tal como los rebeldes que salieron a las calles de París en mayo de 1968 buscaron hacerlo. Si de lo que se trata es de transformar nuestra propia vida, tal vez hablar de ciudadanos es un poco restringido. Se trata de una categoría demasiado cargada de referencias a instituciones de la representación y al derecho, y por lo mismo puede resultar inadecuada para comprender la complejidad de las pulsiones de cambio que se manifiestan en la Place de la République y otras partes del planeta.

Fotografía de David Castillo Montañana

Fotografía de David Castillo Montañana

Esto que comentas recuerda a las palabras de Almamy Kanouté (cofundador del movimiento ciudadano Emergence) delante de la gente de République: «On est des êtres avant tout» («Antes que nada, somos seres»). También me recuerda a muchos de los testimonios de los Nuitdeboutards que coinciden en la idea de que las asambleas son mucho más que un espacio de toma de decisiones. Hablan de un espacio de encuentro, de reconocimiento, de catarsis colectiva, un espacio donde compartir, donde ser escuchado… En pocas palabras, parece como si estuvieran exigiendo y poniendo en marcha una política más cercana del ser humano y sus emociones.  Se habla, en definitiva, de algo que ha quedado eclipsado en la tradición liberal tras la idea de ciudadano, que ha sido relegado fuera de la esfera pública a través de la distinción entre lo público y lo privado. ¿Qué papel juegan las emociones en la política? ¿Son un tema que debe ser tenido en cuenta en el análisis político?

Este escuchar y compartir que mencionas está presente en una experiencia bastante diferente a la de las asambleas en las plazas ocupadas. Me refiero al buen vivir o sumak kawsay que adquirió un rango constitucional tras el proceso constituyente en Ecuador. El buen vivir se remite a la sensibilidad cultural, la relación con la naturaleza y la vida en comunidad, nociones que trascienden el marco de la ciudadanía electoral pues abordan la calidad de la experiencia de lo que significa ser humano. Pero también lo vemos en las asambleas. En su libro Redes de indignación y de esperanza Manuel Castells examina insurgencias como las del Magreb, los indignados del 15M y Occupy Wall Street. Una de las cosas que menciona es que las asambleas, que pueden ser experiencias bastante tediosas, son espacios en los que todos cuentan por igual, en los que hay innumerables opiniones a ratos repetitivas y autobiográficas pero que tienen en común el deseo de poder hablar y ser escuchados. Este ser juntos y poner en circulación la voz de quienes no se sienten escuchados puede ser importante en sí mismo. Para Castells, indica que las asambleas no son tanto un espacio de toma de decisiones colectivas como un ámbito en el que se hace una puesta en escena, se muestra el proceso de elaboración colectiva de la sociedad que queremos. Cuenta más el proceso que el resultado debido a que las asambleas tienen un componente expresivo sumamente importante.

Por ejemplo, cuando uno escucha testimonios de gente que estuvo en las asambleas de la Puerta del Sol o Zuccotti, un tema recurrente es el hartazgo cuando algún activista o militante de partidos o grupos pequeños tomaba el micrófono para pasar la visión de su agrupación. A menudo los callaban pues era más importante contar con un espacio de expresión para que la gente hablara de su experiencia de no tener trabajo, de haber perdido su piso o de no saber qué hacer con su vida después de terminar sus estudios, que con un escenario para diseminar la fórmula política de los grupos militantes. Vemos así un aspecto de lo que mencionabas con aquello de las emociones en las experiencias asamblearias.

Tal vez la categoría de ciudadanos no sea tan adecuada para comprender lo que está pasando

Benjamín Arditi

Benjamín Arditi

Un papel unificador quizá…

En este momento sí. Tiene mucho que ver con descubrir que otra gente puede sentir algo parecido a lo que sientes tú. Un adolescente piensa que es el único que está sufriendo hasta que se junta con otros adolescentes y se da cuenta de que no está solo. El encuentro con el otro que siente como tú tiene algo de catarsis colectiva; te das cuenta de que no eres tan atípico, que tus deseos y tus sueños pueden ser compartidos por otros como tú. Y esto es algo muy empoderador. Las plazas son un lugar de encuentro que permite potenciar las energías y la parte afectiva de la movilización. Son una plataforma que cataliza la energía de la acción común.

Pero ese momento catártico, importante como es, no puede extenderse indefinidamente. La gente que está acampando en République tiene la intención de resistir hasta el 75 de marzo (15 de mayo). Y es muy posible que aguanten, pero no puede ser una acampada permanente. Tarde o temprano la gente debe volver a sus estudios, trabajo, vida familiar o cualesquiera que sean las actividades que han dejado de lado para poder ser parte de esta extraordinaria experiencia. Cuando eso ocurra, los que van a ir quedando son militantes que no son ni pueden ser representativos de la policromía de voces que estuvieron en la acampada. Tiene que haber un plan B, algo así como el paso de las plazas a los barrios o el surgimiento de las mareas blanca o verde en España. No sabemos cómo se va a resolver esto en Francia.

 

En un reciente entrevista, Frédéric Lordon, uno de los intelectuales de cabecera del movimiento, afirmaba: «Il faut passer à l’offensive, et passer à l’offensive, c’est cesser de dire ce que nous ne voulons pas pour commencer à dire ce que nous voulons» («Hay que pasar a la ofensiva, y pasar a la ofensiva consiste en dejar de decir lo que no queremos para empezar a decir lo que queremos»). ¿Las insurgencias tienen que tener un plan o ellas mismas son el plan?

También escuché esta frase de Lordon y algún comentario suyo en el que rechazaba la posibilidad de buscar una salida al estilo Podemos en España, es decir, una intento por traducir las energías liberadas por el 15M a un formato partido. Tengo ciertas reservas acerca de lo que dice Lordon.

Negar o rechazar al Estado de buenas a primeras es totalmente innecesario y sólo nos hace perder oportunidades políticas de cambio

El mero hecho de que la Nuit Debout esté ocurriendo ya es importante, independientemente de su éxito en materia de logros concretos y cuantificables. Jacques Rancière ha dicho que los revolucionarios siempre inventaron un pueblo antes de inventarse un futuro, en el sentido de generar un nuevo lugar de enunciación, un nosotros constituido por la gente que no cuenta o que ha sido desplazada a los márgenes de lo que es visible y audible. La estructuración del futuro, dice Rancière, ocurre en el curso de la invención política en lugar de ser su condición de posibilidad. En otras palabras, no necesitamos el diseño programático de la sociedad futura para comenzar a actuar pues ese diseño es lo que ocurre en el proceso mismo de invención política de los indignados. En République y en otras plazas se está inventando ese pueblo, ese sujeto de los parias del buen orden imperante. Lo que falta ver es si habrá el proceso de invención política mediante el cual el sujeto colectivo del daño comience a formular ideas acerca de quiénes somos y qué queremos. En eso el propio Lordon está en lo correcto cuando afirma que ya es hora de empezar a plantearnos ciertos objetivos.

De lo que no estoy tan seguro es de que se pueda simple y llanamente rechazar el paso de una movilización a un instrumento político partidista o protopartidista. Ante la afirmación de Lordon de que «el partido no es lo que estamos buscando, no vamos a buscar un Podemos», yo preguntaría, ¿por qué no? Si una buena parte de la política sigue ocurriendo a través de la representación territorial —las elecciones, los partidos y la actividad en el Parlamento permiten modificar o mantener leyes— me parece reductivo pretender excluir de antemano a los partidos. Esto me recuerda la postura de gente como Negri o Virno acerca de una democracia no representativa que supone realizar un éxodo del Estado. Negar o rechazar al Estado de buenas a primeras es totalmente innecesario y solo nos hace perder oportunidades políticas de cambio.

 

Al final de lo que se trata de nuevo es del debate entre horizontalidad y verticalidad, entre institucionalización o fluidez, entre partido tradicional o movimiento ¿Tiene sentido seguir pensando a través de esta dicotomía entre movimientos sociales y partidos políticos? ¿No será que en la nueva política de la que muchos hablan hay una voluntad de difuminar esta frontera? ¿No hay ya, de facto, una forma de jerarquía que se da en las asambleas y los comités de trabajo y que surge espontáneamente?

Quiero responder en dos tiempos. Primero quiero rescatar algo de lo que se dijo en una entrevista que le hicieron a Alain Badiou y Stathis Kouvelakis de Syriza un par de meses antes del plebiscito griego del 2015. Badiou dice que Syriza parece ser un partido en el sentido clásico de la palabra. La respuesta de Kouvelakis me gustó mucho. Le dice a Badiou que Syriza puede ser visto como un partido en el sentido convencional de la palabra en la medida en que participa en elecciones, quiere ser mayoritario, se embarca en el juego habitual entre mayorías y minorías, y debe negociar acuerdos en el Parlamento. Pero le agrega (y esto para mí es lo decisivo) que a diferencia de los partidos convencionales Syriza es el producto de un pueblo movilizado y, además, que ese partido no se puede reducir a la voluntad de sus dirigentes sino que requiere que la gente que los llevó al Gobierno les siga empujando y cuestionando desde las plazas. Lo que Kouvelakis está diciendo es básicamente que la diferencia específica que intenta introducir Syriza es que el partido no es un mero gestor de las energías populares durante periodos interelectorales pues es sensible a la presión y las dinámicas que se dan al margen y a menudo en contra de lo que quieren los integrantes de la cúpula dirigente.

Simpatizo sin reparos con lo que propone Kouvelakis dado que sirve para ilustrar lo que concibo de un partido nuevo, pero también soy consciente de que la gestión del Gobierno puede ir a contrapelo de este deseo. Syriza tenía un mandato muy claro del pueblo griego para decir no a la troika pero finalmente terminó cediendo. De todos modos, podemos rescatar en el gesto de Kouvelakis que el tipo de partido que surge de una movilización tiene dos caras, la de la lógica institucional de negociaciones y gestión de intereses y la cara del pueblo movilizado que quiere subvertir la esclerotización burocrática o administrativa de los dirigentes y el aparato partidario.

Ni siquiera en la red desaparecen las jerarquías: todos somos nodos en la red… pero reconozcamos que no todos los nodos fueron creados iguales

La segunda parte de mi respuesta se refiere a la oposición entre horizontalidad y verticalidad y si existen o no liderazgos de facto en la Nuit Debout, a pesar del rechazo abierto a las jerarquías y los liderazgos. Comienzo con la horizontalidad, que opera más como un horizonte de posibilidades que como algo empíricamente existente. En las luchas surgen liderazgos incluso en el caso de movimientos imbuidos por el ideal de la horizontalidad. La red, que para muchos es el espacio de la horizontalidad por excelencia, no es inmune a esto. Los primeros estudios académicos acerca del impacto que tuvieron la redes sociales en las protestas contra el Gobierno autoritario de Hosni Mubarak son un ejemplo de ello. No había portavoces o líderes en el estilo convencional de la expresión, pero se podía identificar la función de liderazgo a partir de los tuits que eran leídos, comentados y retuiteados con más frecuencia; nos revelaban a los verdaderos líderes de opinión durante la revuelta de Plaza Tahrir. Una de ellos era el corresponsal de la cadena de noticias CNN en Egipto, pues sus tuits fueron de los más retuiteados de enero a febrero de 2011. En otras palabras, no todos los nodos de una red son creados iguales. Algunos se vuelven más importantes que otros. En las plazas ocurre lo mismo, solo que en vez de analizar la frecuencia de las respuestas a los tuits de una cuenta se trata de liderazgos que surgen al calor de la lucha. En una entrevista que le hicieron hace unos días a Lordon nos cuenta que no quiere asumir el rol de portavoz o de cara visible del movimiento, pero lo cierto es que los medios de comunicación y quienes seguimos los eventos de République conocemos el nombre de Lordon y no el de tantos otros participantes. En suma, querámoslo o no, dentro de un marco horizontal surgen modos más o menos espontáneos y más o menos aceptados de liderazgo incluso si no los nombramos como tales.

El decir “¡Basta!” también es productivo: lo que se niega (la corrupción, el que los políticos no nos representen, que los empresarios reduzcan beneficios para aumentar su rentabilidad) permite vislumbrar lo que se afirma (una política orientada al bienestar de la gente, solidaridad, justicia social)

Fotografía de David Castillo Montañana

Fotografía de David Castillo Montañana

En un artículo acerca del 15M, Amador Fernández-Savater reflexiona acerca de la diferencia entre política literal y política literaria. La primera correspondería a la frase de Bismarck: «La política es el arte de lo posible»; una forma de actuar dentro de los códigos de aquello que pensamos como el universo de lo posible. La segunda corresponde con la lógica de la emancipación; los movimientos de emancipación se basan en un política literaria ya que funcionan a través de ficciones, imposibles sin el recurso a la imaginación ¿Qué papel juegan la imaginación y las ficciones en el cambio político? ¿Puede haber una transformación material de la realidad sin que se produzca un cambio simbólico, en el plano de las representaciones, de las imágenes que la sociedad tiene de ella misma?

Siempre estamos soñando otras épocas. Imaginamos otros futuros continuamente. El encuentro con perfectos desconocidos que se dan cita en una plaza para expresar su hartazgo con un estado de cosas no es una experiencia de pura negatividad. El decir «¡Basta!» también es productivo: lo que se niega (la corrupción, el que los políticos no nos representen, que los empresarios reduzcan beneficios para aumentar su rentabilidad) permite vislumbrar lo que se afirma (una política orientada al bienestar de la gente, solidaridad, justicia social). Quienes dicen «¡Basta!» están poniendo en evidencia la ausencia de la comunidad y su compromiso por lo común, por abrirnos a la promesa de algo por venir. Para esto, las plazas son lugares de paso y también de encuentro donde gente que no se conoce entre sí elabora ideas y propone cursos de acción que posiblemente no hubieran podido pensar de manera individual en su mundo privado. La Puerta del Sol, Zuccotti Park, Place de la République y tantas otras plazas han funcionado como laboratorios donde se imagina colectivamente algo diferente por venir.

 

Uno de los factores que distinguen a los indignados de la Nuit Debout es el crecimiento de la extrema derecha. En efecto, una de las razones que congregan a los franceses alrededor de las plazas es la preocupación por el ascenso del Front National de Le Pen. Muchos convienen en que una de las causas centrales de este ascenso es la forma en que el Front National está capitalizando políticamente el sentimiento de malestar difuso que existe en Francia. ¿Se está acaso disputando desde las plazas el monopolio de la politización del malestar por la extrema derecha? ¿Se puede articular el malestar en clave progresista?

Mi esperanza es que sí funcione. Como tú dices, no hubo en España —que, a fin de cuentas, es un país que ha recibido mucha inmigración— una derecha que capitalizase el descontento de la sociedad en clave xenófoba. Pero si vemos el caso francés… ¿Quiénes son los únicos que han podido dar una respuesta al descontento de la gente frente a sus condiciones de vida? En los últimos años no ha sido el Partido Socialista en el Gobierno. Los partidos tradicionales como el PS o la UMP (ahora Les Républicains) no han sabido procesar el desamparo y el malestar de la gente. Le han dejado el campo abierto al oportunismo de formaciones racistas como el Frente Nacional de Marine Le Pen. La narrativa del Frente culpa a los inmigrantes por el desempleo, la precariedad, la inseguridad o la falta de futuro de los franceses. Como en todo discurso populista, ofrece respuestas sencillas para resolver problemas complejos: bastaría con expulsar a los inmigrantes para preservar la identidad francesa y volver al camino del bienestar. El inmigrante del discurso agresivo y chauvinista del Frente Nacional es el judío de la Alemania nazi. No hay narrativas republicanas, seculares y progresistas provenientes del Partido Socialista que sirvan como contrapeso y presenten, por ejemplo, al modelo de acumulación como causa del malestar. Tal ha sido el fracaso de la vieja izquierda que un segmento importante del electorado que solía identificarse con el partido comunista o el socialista esté acercándose al Frente Nacional. El discurso que se comienza a articular en las plazas puede convertirse en un relato para entender las cosas de otra forma.

Fotografía de David Castillo Montañana

Fotografía de David Castillo Montañana

La Nuit Debout ha demostrado ser un fenómeno de masas en contra de la política gubernamental. En vez de responsabilizar a los inmigrantes (diferentes en su religión, idioma y color de piel en relación con la Francia tradicional) por la crisis hablan del fracaso de un modelo de acumulación que requiere interminables políticas de austeridad, exportación de capitales, favorecer a las patronales dándoles instrumentos para flexibilizar los despidos o aumentar la jornada de trabajo, etc. Esto puede ser el comienzo de un discurso secular donde el sujeto es un pueblo y no diversos etnos. El discurso del Frente Nacional busca borrar la distancia entre uno y otro de manera excluyente, como si el pueblo y el etnos francés coincidieran. La narrativa de las plazas se erige como una contranarrativa del discurso xenófobo mediante una construcción del otro (magrebí o descendiente de magrebíes, eternos extranjeros) como parte de un nosotros cuyo malestar y desamparo se debe a la mercantilización de la vida y no al inmigrante o al extranjero. Las plazas nos abren a la posibilidad de un antídoto o por lo menos de un dique de contención de los avances de la extrema derecha en Francia. Si prospera, los franceses estarían expuestos a una segunda lectura acerca del malestar de la gente, una que es decididamente secular y con una fuerza generativa de pulsiones democráticas.

 

Se habla mucho de extender la lucha a las banlieues (suburbios), de hacer partícipes del movimiento a las minorías excluidas de la ciudadanía. En algunas zonas periféricas (Saint-Denis, Montreuil) se han organizado asambleas similares a las de République. Sin embargo, desde estos barrios se cuestiona severamente a la gente de République. Se les reprocha estar demasiado desconectado de la realidad de estos barrios, de ser unos bobo (término despectivo que viene de contraer bohème-bourgeois, bohemio-burgués) que no entienden cuáles son las problemáticas reales. ¿No hay en este tipo de acción política una forma inconsciente de discriminación? ¿Puede realmente la Nuit Debout favorecer la convergence des luttes y extender la protesta a las banlieues sin transformarse a sí misma, es decir, sin reformular sus códigos de protesta?

Hasta ahora la Nuit Debout parece ser predominantemente joven, urbana y estudiantil. Quienes se citan en République admiten que la presencia de las banlieues es escasa y eso les preocupa. Y creo que debería preocuparles. Pero quiero darle un giro a tu pregunta. Lo que planteas tú y se plantean los manifestantes es cómo incorporar a la periferia pobre y precaria al centro parisino, Pero, ¿no es también cosa de que la banlieu baje sus resistencias al centro, que se aleje de una visión que concibe a todo francés blanco como un enemigo o por lo menos como alguien sospechoso de serlo? Creo que en eso radica la posibilidad de una politización de la sociedad más allá de lo que serían las estructuras corporativas de sindicatos, partidos o asociaciones tradicionales. El problema, como puedes ver, es doble: el centro debe buscar maneras de hablar con la banlieu y esta, a su vez, tienen que abrirse a la posibilidad de colaborar con el centro.

«Nous sommes tous indésirables», de Charles Perussaux

«Nous sommes tous indésirables», de Charles Perussaux

Rancière usa un ejemplo que permite ilustrar lo que he dicho. Se refiere a un grafiti que apareció en París en 1968 y que decía «on est tous des juifs allemands» («todos somos judíos alemanes»). Era la respuesta de las calles a la decisión del jefe de Policía de expulsar de Francia a un estudiante franco-alemán de origen judío, Daniel Cohn-Bendit, quien se había convertido en una de las caras visibles de la protesta de 1968.

¿Quiénes hacían ese grafiti? Jóvenes católicos franceses, no judíos alemanes. Su acción buscaba afirmar que ellos, al igual que el judío alemán Cohn-Bendit, no pertenecían a una sociedad que los condenaba a la condición de malos franceses, franceses defectuosos porque desafiaban a la autoridad. Para todo efecto práctico, esos cientos de católicos franceses eran judíos alemanes en su tierra. Este juego aparentemente banal era políticamente extraordinario en la medida en que mediante esa desidentificación con el statu quo y la autoidentificación con la condición de parias comenzaban a generar un nosotros que iba más allá de las particularidad de las identidades religiosas o nacionales de la gente.

Esto es algo que también está en juego en la relación centro-banlieues. Los insurgentes deben apostar por un nosotros en términos seculares que permita dar un nombre y una unidad a lo que Rancière llamaría la parte de los sin parte, la parte de los incontados. Un nosotros incluyente que permita que un árabe no sea visto solo como un musulmán sino también como otro incontado más, alguien cuya igualdad, como la mía, ha sido dañada por un orden injusto. Esto requiere desarrollar nuestra imaginación política pero también una capacidad de comunicación que va más allá de la imaginación. Si ello no sucede así, el nosotros seguirá siendo articulado en clave étnica y religiosa, lo que equivale a generalizar el discurso del Frente Nacional según el cual todo antagonismo se puede reducir esencialmente a un etnos contra otro etnos. Esto es algo que nos lleva a un callejón sin salida de la violencia. Debemos configurar un nosotros en términos seculares.

Hay un segundo punto, acerca de si existe una forma de discriminación implícita o inconsciente entre los participantes en las asambleas y en la ocupación como forma de protesta. Muchos testimonios coinciden cuando dicen «yo querría estar en République pero no puedo porque tengo que trabajar» (o cuidar a los hijos, terminar un escrito para la uni, etc.). Esto puede ser particularmente cierto en las condiciones de precariedad laboral de tantos barrios periféricos. Jornadas laborales interminables, horarios que no permiten conciliar vida personal y vida laboral… Ahí descubrimos el atractivo de la representación política, que nos libera de tener que dedicarnos al activismo todo el tiempo. Nadie que tenga un trabajo o una ocupación de tiempo completo puede realmente dedicarse a ello para siempre. No puedes estar en movilización perpetuamente a no ser que tengas recursos financieros inagotables o una organización que te respalde y te permita dedicarte permanentemente a ello. Y ahí ves uno de los peligros de las asambleas: cuando el grueso de la gente comience a regresar al trabajo o al estudio, lo más probable es que quienes se queden en las acampadas sean los militantes, con lo cual terminará desapareciendo la increíble diversidad de voces que animaron a esta insurgencia. No sabemos si ese es el futuro que le espera a la Nuit Debout, pero es sin duda uno de sus peligros más claros.

El discurso que se comienza a articular en las plazas puede convertirse en un relato para entender las cosas de otra forma

Ciertas voces de la izquierda miran con recelo los resultados del ciclo de movilizaciones de 2011. Señalan el abismo que separa aquello que se afirmaba en el plano discursivo con los logros efectivos. En su artículo, «Las insurgencias no tienen un plan; ellas son el plan» usted polemiza con estos análisis más escépticos ¿Qué ha quedado de las movilizaciones de 2011?

A mediados de la década de 1980, Edgar Morin publicó en la revista Letra Internacional un pequeño ensayo titulado «El fútbol y la complejidad». Morin hacía una analogía entre la política y lo que pasa por la cabeza de un delantero al entrar en el área rival: debe tomar decisiones rápidamente acerca de cómo moverse para esquivar a los adversarios, desactivar sus jugadas defensivas y meter un gol. Lo que hay aquí es un cálculo situacional, como lo hay en mucho de la política. Pero también dice que mucho de lo que ocurre en política es inesperado. Toma a Cristóbal Colón como ejemplo. Colón zarpa del puerto de Palos buscando una ruta hacia las Indias pero por el camino se encuentra con un enorme obstáculo, América. ¿Cómo interpretar la buena o mala fortuna de Colón? Por un lado podemos decir que Colón era un pésimo navegante que fracasó en su intento por encontrar un camino más corto para llegar a las Indias, pero por el otro lado también se puede decir que si bien se equivocó, terminó descubriendo un continente que resolvió el problema de flujo de caja a las inútiles monarquías europeas por los siguientes 200 años.

Me gusta esta analogía pues arroja algo de luz sobre nuestra manera de interpretar la complejidad de fenómenos asociados con las insurgencias que han caracterizado al ciclo de protestas inaugurado en 2010-2011 en el Magreb y obviamente se puede aplicar a lo que está ocurriendo en République. Me refiero a que, si bien las insurgencias muchas veces no consiguen aquello por lo que dicen que anhelan, a menudo obtienen algo maravilloso, como lo es, por ejemplo, el descubrimiento de que la acción colectiva puede sacarnos del letargo y la domesticación a la que nos tienen acostumbrados políticos profesionales y exponentes del libre mercado. O como en la canción de los Rolling Stones, «You can’t always get what you want, but if you try sometimes, well, you might find you get what you need». Lo que necesitamos es tal vez la esperanza de que no todo está perdido. Hay algo en las multitudes conectadas que genera la esperanza de que todavía se puede cambiar un estado de cosas que consideramos invivible. Puede que las insurgencias fracasen en derrotar al 1 %, en lograr que los representantes efectivamente nos representen o en cambiar radicalmente el sistema de acumulación capitalista, pero ellas generan esperanzas de que la resistencia no es inútil y de que la acción colectiva puede lograr mucho. A fin de de cuentas, las insurgencias tiene un papel pedagógico: enseñan que se puede hacer una transformación si te juntas con otra gente que piense igual. Retomando la analogía de antes, puede que la Nuit Debout, como Colón, no llegue a las Indias, que era su objetivo declarado, pero tal vez, solo tal vez, tenga la fortuna de Colón y se encuentre un obstáculo que resulte ser un continente extraordinario.

Fotografía de David Castillo Montañana

Fotografía de David Castillo Montañana