Al final de la obra de teatro Las bicicletas son para el verano de Fernando Fernán Gómez (llevada al cine por Jaime Chávarri en 1984) el personaje de Luis (interpretado en la gran pantalla por Gabino Diego) dice a su padre, quien acaba de exponerle que le pueden detener tras el fin de la guerra: «Vaya, mamá que estaba tan contenta porque había llegado la paz…». El padre, interpretado por Agustín González, le responde: «Es que no ha llegado la paz Luis, ha llegado la victoria».

Hace pocos días, tuve oportunidad de escuchar a un prócer de la Transición decir, citando este pasaje, que lo que ellos pretendieron fue que tras los años marcados por la victoria, llegase en efecto la paz. Para ello era necesario cerrar heridas, y construir un régimen —entendiendo régimen como equivalente de sistema—, no tanto sobre la lógica victoriosa (ordenar sobre el sentido que dan los vencedores), sino sobre la lógica de la paz (ordenar con un sentido apto para todos). De ahí algunos ingredientes del régimen del 78, como la constante apelación a la concordia, la reconciliación, el consenso, la participación y resto de la música de fondo del sistema.

Han pasado 40 años desde aquel momento fundacional. Si bien es cierto que quienes lo hicieron procuraron una neutralidad de valores sustantivos que respondió a la lógica de la paz, no es menos cierto que, hasta cierto punto, la forma en la que se llevó a cabo respondía a la lógica de la victoria. No podemos olvidar que, fuesen del bando que fuesen, casi todos habían sido criados en la España de la victoria. Y así, un insigne intelectual que padeció a base de bien la victoria y que no creo que nadie identifique con Podemos, Julián Marías, llegó a señalar que se había instaurado un consenso clientelar, del que eran excluídos todos aquellos que no entrasen dentro de unas líneas rojas. Esas líneas rojas eran más amplias que las del régimen anterior, qué duda cabe, pero la verdad es que, quien se ha salido de ellas ha sido excluido: no con cárcel, sí con la marginalidad política. Y si alguien no comparte esto, que hable con comunistas, o con personas que mantuvieron intacta su fidelidad a los principios del 18 de Julio, y descubrirá otra España.

Podemos, la única fuerza que se ha atrevido a cuestionar el régimen, apunta alto

Han pasado unos años de aquella denominación (consenso clientelar) del insigne intelectual, y han llegado las elecciones. Podemos, la única fuerza que se ha atrevido a cuestionar el régimen, apunta alto. Con independencia del resultado, pasar en menos de dos años de la nada a disputar una victoria (el CIS le situa como segunda fuerza sin discusión), es toda una hazaña. ¿Cómo ha sido posible?

Primero, porque los mecanismos de exclusión del régimen son más blandos de lo que pueda parecer: hasta cierto punto, Podemos es hijo del sistema.

Segundo, porque estos mecanismos no se aplican igual a todos: al igual que Miterrand dio espacio al Frente Nacional en los ochenta en Francia para herir al RPR; al igual que Fraga ayudó a crecer al BNG para herir al PSOE en la Galicia de los noventa; al igual que Feijóo dio alas a AGE para herir a PSOE y BNG hace tres años, Mariano Rajoy (que no es ajeno a estos precedentes estratégicos) ha facilitado (por acción u omisión, intencionadamente o no) una situación favorable  a Podemos que evidentemente perjudica al PSOE.

El régimen del 78 se construyó sobre la lógica de la paz, pero persistió en sus próceres una lógica victoriosa

Y en tercer lugar, y este es el motivo más importante, porque Podemos ha subrayado el principal error del régimen del 78: al tiempo que construyó el fondo sobre la lógica de la paz, persistió en sus próceres una lógica victoriosa que llevó a un consenso clientelar. Consenso que ha dado prebendas para muchos en CCAA, la UE, cientos de organismos, contratos públicos en beneficio de ciertas empresas… lo cual, unido a una crisis que ha excluido del consenso/prosperidad a miles de personas, era el contexto perfecto para el ascenso de un nuevo partido alternativo, y seguirá siendo contexto para otros. Tal vez alguien quiera cuestionar que dicho consenso clientelar haya existido, pero basta ver la posición social de toda la casta del antiguo y viejo régimen para darse cuenta de que cambiaron los valores, pero no los bolsillos. Si a ello unimos que la lucha de la casta con la mayoría social coincide en buena parte con la lucha generacional, el encaje del discurso en los huecos de pasado y futuro, permitían a Podemos un hueco en el puzle que estaba ahí, aunque parezca una novedad.

Y ahora, ¿qué? En medio de la campaña, en Orense, Carolina Bescansa (nº 2 de Podemos al Congreso) dijo que en diciembre se hizo un formateo, y ahora toca reiniciar el sistema. La idea del reinicio del sistema se ha repetido varias veces más. A veces hablando de reiniciar el sistema de partidos, manteniendo el régimen, y a veces hablando de reiniciar el sistema político, es decir, cambiar de régimen.

Los próximos años dirán qué tipo de cambio es. No faltan quienes creen que Podemos no ha pretendido ni pretende nada más que ocupar el lugar del PSOE; cuya caída al tercer puesto sería punto esencial del cambio. Pero lo cierto es que el acenso de Podemos, gane o no, trae detrás una serie de novedades que deberían marcar más bien un cambio de sistema político. Un cambio que aún no sabemos si se hará por Podemos o por los partidos dinásticos (no puede obviarse que el Rey es la cabeza del sistema en cuestión, lo cual permite usar el adjetivo dinásticos para los partidos prosistema). Pero un cambio que necesariamente incluirá una suavización de las líneas rojas, un cierto harakiri de la casta, un cambio de discurso.

Y esto se ve en un ejemplo muy claro: los partidos del sistema han estado años y años estirando el problema territorial como clave del discurso. Era rentable para todos: para los secesionistas porque el discurso centralista les daba alas; y para los centralistas porque las alas secesionistas movilizaban su voto. Esa polarización dio grandes éxitos al PSOE de Zapatero en los compases de los estatutos (catalán y los demás) y ha sido la ruina del PSOE cuando se ha tensado la cuerda.

Pero detrás del tema territorial había un problema de proceso: mientras se discutía el Estatut, no se hablaba ni de justicia social, ni de corrupción, ni de la lógica de victoria… En esta situación, Podemos ha irrumpido y ha triunfado especialmente en Cataluña y País Vasco, dos zonas industriales, con mayores diferencias sociales por tanto que las rurales, y donde lo social, sin embargo, apenas ocupaba lugar en el debate. Pero como la desigualdad era un problema real subyacente (las diferencias entre ricos y pobres son evidentes en Cataluña), ha bastado con plantear una solución de consenso al tema territorial y pedir que se hable de lo importante, para ganar en esos territorios. Al igual que ha pasado con esto, pasará con muchas cosas importantes, como la educación o la sanidad, de las que la demagogia en esos temas impedía hablar.

Las elecciones de diciembre fueron un punto de inflexión; las de junio van a ser el reinicio

En suma, así como las elecciones de diciembre fueron un punto de inflexión, las de junio van a ser el reinicio. No sabemos si será solo de sistema de partidos o de sistema político, pero no será un simple apagado y vuelto a encender, sino que más bien parece que será fruto de una actualización (como los reinicios de ordenador o smartphone), lo cual es una buena noticia. En efecto, un apagón y reencendido sería una revolución por ruptura, y esto en cambio más bien parece reforma en continuidad, que siempre es más pacífico. Una reforma que, eso sí, es de algún modo el fruto del régimen del 78: por fin un cambio de sistema en España sin guerra ni tensión de violencia latente. Un régimen que arrancó de la victoria, que quiso llegar a la paz, y al que, como final del proceso, era lógico que le pasase algo como este momento de la nueva política marcada del 15M en adelante: se tenían que caer las últimas hojas nacidas de la lógica de la victoria. Caídas estas, comienza lo nuevo. Esperemos que salga bien.