A los que somos devotos de la causa europeísta, el viernes 24 de junio se nos atragantó el café con galletas del desayuno al ver los resultados del referéndum británico: había ganado el brexit con un 51 % de los votos. Vaya por delante una confesión: me encuentro entre los que, demasiado optimistas, pensamos que ganaría la permanencia, se impondría el pragmatismo; pero no fue así. Los británicos decidieron apoyar la salida llevados, en gran medida, por la emoción. El triunfo de la opción de salida se basó en la magistral campaña a favor del brexit sostenida con  argumentos como el miedo a la inmigración, un ardor patriótico de recuperar poder de decisión y la promesa de redestinar millones de libras para la Seguridad Social británica procedentes de las aportaciones al presupuesto comunitario (350 millones de libras semanales según se mostraba en al autobús de campaña y que no tiene en cuenta ni la devolución al Reino Unido de parte de su aportación, conocida como “Cheque británico”, ni los fondos comunitarios que recibe el Reino Unido),  temas de gran calado entre los votantes, en particular los de mayor edad.  

El éxito que no se vio ensombrecido tras reconocer los defensores de la salida que los principales argumentos de la campaña no respondían a la realidad o cuando la web oficial a favor de la salida hizo desaparecer sus argumentos de más peso a favor de la salida, al poco de anunciarse su victoria. Desde entonces, hemos entrado en un frenesí de noticias, opiniones y análisis variopintos sobre lo que ¿va a suceder?, lo que hay, no hay, etc… incluyendo una danza macabra de dimisiones en el Reino Unido entre los protagonistas del referéndum, que ha mutado en nuevo Gobierno de coalición entre los que estaban a favor y en contra.

Un mes después de la votación, es hora de pararse un momento, respirar y analizar con un poco más de calma el brexit. ¿Qué  va a pasar? ¿Se acerca el euroapocalipsis? En este primer capítulo repasaremos las pocas certezas y causas que tenemos, los rumbos a los que apuntan los distintos protagonistas y, por último, trazaremos los escenarios más plausibles con lo que sabemos ahora.  

Las certezas

El referéndum ha cabreado a muchos tanto en las jefaturas de Gobierno europeas, como en las instituciones comunitarias y, en general, entre los europeístas. Si hubo una emoción dominante fue la de hartazgo hacia los líderes británicos, en particular contra Cameron por convocar el referéndum por motivos puramente de política interior, y  en general por el juego antieuropeo que los políticos británicos han alimentado o tolerado en estos 40 años de membresía del Reino Unido.  A modo de anécdota, quien esto escribe fue testigo en Bruselas, del ambiente de satisfacción ante la eliminación del equipo inglés de la Eurocopa por parte de Islandia; nunca este diminuto país nórdico tuvo tantos seguidores en la capital belga.

Nadie tenía un plan de contingencia. El capricho de los votantes les llevó a elegir la senda contraria a la esperada por todos: Cameron contaba con ganar y salir reforzado, perdió y salió, pero del Gobierno. Boris Johnson contaba con perder por muy poco para poder reemplazar a Cameron como líder de los conservadores británicos y primer ministro de un Reino Unido en la UE (no olvidemos que habiendo sido corresponsal en Bruselas y alcalde de Londres, él sabía mejor que nadie lo que puede ganar el Reino Unido pertenenciendo a la UE); en su lugar, acabó traicionado por su socio en campaña y fuera de liza por el liderazgo tory. Nigel Farage contaba con perder y seguir viviendo del mismo discurso los próximos 20 años, hasta el punto de que, al cerrar las urnas, daba por ganador a la permanencia. Los laboristas británicos apostaron oficialmente por la permanencia  y, por lo bajo, por evitar que Cameron saliera reforzado del referéndum. El resultado para ellos, por tanto, es pírrico: Cameron se va, pero su imagen se ha visto muy dañada y su líder, Jeremy Corbyn, muy discutido. En el lado de las instituciones, en una mezcla de no vamos a gafarlo y falta de previsión, fue en la semana posreferéndum cuando comenzaron a realizarse proyecciones y escenarios de contingencia sobre lo que suponía económicamente la salida para la UE.

Existe un precedente, el de los noruegos que trabajaban en las instituciones y se quedaron en el limbo al rechazarse la entrada de su país a la UE

El inglés seguirá siendo la lengua vernácula en la UE y en Europa. Pese al rumor que ha corrido en los días posteriores a la votación, dada su universalidad, desde las instituciones ya se hizo llegar el aviso: el inglés seguirá ocupando su lugar preminente como lengua de trabajo, argumento que sale reforzado si tenemos en cuenta que es la segunda lengua más hablada y enseñada en 19 de los 23 países que no la tienen como lengua oficial. Ni el francés ni el alemán gozan de la fuerza necesaria para poder suplantarlo, ni dentro ni fuera de la UE. Eso no ha evitado un esfuerzo extra por parte de los trabajadores europeos para comunicarse en otras lenguas que no fueran el inglés. A fin de cuentas, ya lo dijo Umberto Eco, la lengua europea es la traducción.

No se va a echar a los británicos que están trabajando en las instituciones europeas. Aunque el Reino Unido salga, los ciudadanos que fueran funcionarios británicos previamente a la salida conservarán su estatus, no pudiendo entrar nuevos funcionarios de origen británico (esto y lo anterior ha sido confirmado internamente dentro de las instituciones europeas). Eso sí, podrán olvidarse de ascensos y posiciones relevantes, ante lo cual, y por si acaso, muchos británicos de las instituciones están revisando los procedimientos para adquirir la nacionalidad de sus cónyuges o la belga. Existe un precedente, el de los noruegos que trabajan en las instituciones: entraron antes de oficializar la entrada de Noruega en la UE, que se daba por hecha, y quedaron en el limbo al rechazarse esta.

¿Qué está pasando ahora? ¿Qué decisiones se han tomado?

La perspectiva de los 27. Para los otros gobiernos y autoridades europeos, si hay que buscar un culpable de la situación, este es claramente Cameron, por convocar un referéndum innecesario. Desde la UE, con Juncker y Schulz a la cabeza, han dejado claro además que no aceptarán trucos ni vueltas: han votado y se irán, hartos de todos estos años de chantaje emocional británico sobre su salida. Es hora de que el Reino Unido pague el precio de esta ruptura y la UE salga lo menos tocada posible, por lo que se está presionando para que inicie el proceso cuanto antes. En algunos estados como Alemania la cosa está más atemperada pero no dejan de ver al Reino Unido como causante de todo esto y no se piensa dar marcha atrás.

La perspectiva del Reino Unido.  Por ahora  busca retrasar el proceso y montar su propia estrategia de salida. Cameron afirmó que solicitaría la salida al saber el resultado del referéndum, pero ahora incumple su palabra. ¿Se trata de una maniobra política para ganar tiempo?, ¿o de un gesto de lealtad institucional para dar paso a la renovación del Gobierno en Reino Unido? Probablemente un poco de ambas cosas, pero más de la primera. Como anécdota sirva el recordatorio que nos daba el investigador del Instituto Elcano Ignacio Molina en una charla de Europa en Suma: durante los últimos 40 años, el Reino Unido no ha realizado ninguna negociación comercial internacional, todas se han hecho desde las instituciones europeas, así que ahora deben volver a dotarse de expertos.

Lo que se ha roto: el Reino Unido ya está fuera. Legalmente, sigue siendo miembro de pleno derecho y todo sigue igual que antes del referéndum pero, desde la perspectiva europea continental, se ha producido una salida mental del Reino Unido. Para las instituciones y los países miembros solo hay dos preguntas: ¿cómo y cuándo saldrá el país? Una semana después del referéndum, hubo una reunión del Consejo Europeo, para tratar el brexit. Reino Unido no estaba formalmente invitado, salvo a la reunión preliminar del encuentro y finalmente a la cena que lo seguía. Antes de confirmarse este último extremo, el chiste en Bruselas era si Cameron se quedaría a la cena de jefes de Gobierno o tendrían que darle una bolsa con la cena para que se la llevase a casa. Le invitaron a la cena, pero ha sido la última; en septiembre, el Consejo Europeo se reunirá de modo extraordinario en Bratislava y en esta reunión el Gobierno británico no está invitado.

Papeleta del referéndum sobre la salida de Reino Unido de la UE. Imagen de (Mick Baker)rooster publicada en Flickr bajo licencia CC.

Papeleta del referéndum sobre la salida de Reino Unido de la UE. Imagen de (Mick Baker)rooster publicada en Flickr bajo licencia CC.

¿Y ahora qué puede pasar?

Aquí van los aportes más subjetivos de un servidor, pues la bola de cristal se niega a dar una predicción fiable. Les voy a plantear varios escenarios extremos para ir situando la imagen.

Empezamos con lo que probablemente no vaya a pasar, ¿estamos ante el principio del fin? Aquí me hago eco de la respuesta del presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker: «No»  (recomiendo que vean el vídeo). Internamente, desde las instituciones y principales gobiernos, se tiene miedo a un efecto en cadena más que a la salida del Reino Unido y, en este caso, es Holanda y la candidatura del xenófobo y euroescéptico Freedom Party, liderado por Geert Wilders, la que encabeza la lista de potenciales salidas del proyecto europeo. También se han mencionado países como Francia, con Marine Le Pen y el Frente Nacional, Austria, Finlandia o Hungría; pero resulta mucho menos probable una salida —aunque no se puede descartar que Finlandia o Hungría apuesten por entrar en una segunda velocidad, lenta, de integración europea frente a un núcleo más avanzado en caso de gobiernos claramente euroescépticos. Aplicando una visión de veterano de estas batallas, quédense con el dato: la potencial salida de Holanda tienen nombre, nexit, mientras que el resto no.

¿Divorcio traumático o de terciopelo? ¡Haya calma! Ni los carnets de conducir tienen por qué dejar de ser válidos, ni el acceso a la sanidad en países comunitarios tiene que cerrarse a los británicos, ni todos los europeos que viven en las islas deben volver al continente.

Pasado el estupor y la rabia iniciales, el sentido común (es decir, el mutuo beneficio) podría imperar sobre otras voluntades

En lo que puede pasar, el caso más extremo sería un divorcio traumático en el que las partes no se entiendan y vayamos a una suspensión de todos los tratados, programas de colaboración y las cuatro libertades: libre circulación de capitales, mercancías, servicios y la (principal) libre circulación de personas. Sería un escenario dañino para ambas partes,  con incontables pérdidas económicas y un ambiente de tensión política que no favorece a nadie. ¿Es posible? Sí, pero poco probable.  Por otro lado, el escenario de terciopelo sería uno con un Reino Unido con un estatus especial, donde todo lo trabajado hasta la fecha sigue teniendo validez y el RU está fuera de las instituciones comunitarias.

Entre esos dos límites y pasado el estupor y la rabia iniciales, el sentido común (es decir, el mutuo beneficio) podría imperar sobre otras voluntades y la negociación de salida se haría de la forma más constructiva posible. Entonces, si salen ¿todo podría seguir igual? No exactamente. La City londinense, la ciudad financiera por excelencia del Viejo Continente, basa gran parte de su fuerza en pertenecer al mercado común. Al salir de este, estaría por ver el impacto real y las empresas que se irían, ya que no es lo mismo tener tu capital financiera en un país díscolo pero dentro que en un país de fuera de la UE. Algo que los Estados miembros no van a tolerar. Y prueba de ello es que distintas capitales comunitarias: Dublín, Fráncfort, París o incluso Madrid, se han postulado para ocupar el puesto de Londres.

Y un detalle que hay que tener muy en cuenta es que la prensa económica mundial tiene su sede en Londres, así que la presión mediática a favor de los intereses  británicos, y su consecuente creación de opinión e influencia en la economía mundial, será un factor que seguir de cerca.

El Reino Unido no se marcha. Una solución de película:  ¿y si, después de todo, el Reino Unido no se va? Se han planteado varios escenarios.  algunos han especulado que el Parlamento escocés podría bloquear la petición de salida, que lo haga el actual Parlamento británico, o que la nueva primera ministra no la solicite nunca. Por ahora, el descrédito de estas opciones sería difícilmente soportable para cualquier político y, por tanto, son opciones muy poco probables. El escenario más plausible es el de la elección por mayoría abrumadora de un nuevo primer o primera ministra que incluya en su programa un retorno/no salida de la UE en unas futuras elecciones. Esto permitiría a un Parlamento renovado bloquear y deshacer el acuerdo de salida.  Por ahora, el nuevo Gobierno liderado por Theresa May parece dispuesto a agotar la legislatura (le quedan tres años y medio) y consumar el brexit, así que este escenario va perdiendo posibilidades y dudo que el clamor popular para convocar un segundo referéndum o revocar el primero se mantenga después del verano. De los caminos que abre el nuevo Gobierno de coalición británico, hablaremos en un segundo capítulo.

Siguiendo al pie de la letra el Tratado de Lisboa y el artículo 50, en dos años a partir de la solicitud de salida se habrá de hacer efectiva la misma

En clave interna británica, Escocia e Irlanda del Norte es probable que busquen relanzar, o al menos poner sobre la mesa, un nuevo referéndum sobre la cuestión de su permanencia en el Reino Unido. ¿Es legítimo? Bueno, junto con todas las transferencias de competencias que obtuvo, la segunda razón por la cual ganó la permanencia de Escocia  fue seguir en la Unión Europea- Sin esa razón, resulta hasta lógico que relancen su consulta. En el caso de Irlanda del Norte, es innegable el efecto apaciguador que ha tenido la libre circulación entre el norte y sur y la pertenencia de ambos lados al ámbito comunitario. Imponer nuevamente fronteras podría ser un motivo de peso para retomar la causa unionista.

Desde la perspectiva europea, recurriremos a los padres fundadores, en particular a Jean Monnet, quien dijo  aquello de que «los hombres no aceptan el cambio más que en la necesidad y solo ven la necesidad en la crisis». Así que llegados a este punto, la UE puede estar ante una oportunidad inmejorable de avanzar. Sin el Reino Unido, se quita el freno a un gran número de posibles reformas: la unión fiscal europea (sin contar al Reino Unido, las cinco principales economías europeas utilizan el euro), el Ejército europeo (uno real y no sobre el papel), un cuerpo de fronteras común, mayor integración policial, etc.  Y aunque haya países críticos con estos avances, como Polonia o Hungría, su dependencia de políticas europeas como la agrícola (Polonia salvó su sector agrícola del bloque ruso gracias a la PAC) y los fondos estructurales (son receptores netos de fondos europeos) es un punto que tarde o temprano les obligaría a transigir en el marco de una UE de dos velocidades.

Y finalmente, si se va,  ¿cuando se irá el Reino Unido?  Siguiendo al pie de la letra el Tratado de Lisboa y el artículo 50 en concreto —por ahora, único manual de instrucciones existente—, en dos años a partir de la solicitud de salida se habrá de hacer efectiva la misma. Efectivamente, la clave es «a partir de la solicitud». El Gobierno británico lo sabe y busca retrasar la solicitud al máximo para poder armar su estrategia. Algunas fuentes indican que será ¡a comienzos de 2017! Sin embargo, los 27 y las instituciones europeas presionan para que haga lo contrario: presentarla cuanto antes. Así que lo más probable es que se produzca en octubre-noviembre tras el Consejo extraordinario de Bratislava y cuando los efectos del aislamiento británico en la UE se refuercen. No obstante, si tenemos que apostar por una fecha para la desconexión (suponiendo unas negociaciones relativamente amistosas), la idónea sería mayo de 2019. Es decir, agotado el tiempo de negociación, la ruptura se haría efectiva con las nuevas elecciones al Parlamento Europeo, lo que permite desalojar a los 73 eurodiputados británicos y tener repartidos sus escaños entre los 27 estados restantes.  Además, en esas fechas, se podría negociar con pleno conocimiento (es decir, saber si el Reino Unido aporta y cuánto, como otros estados externos a la UE) el nuevo marco presupuestario 2021-2028 y las líneas de ejecución del mismo.

Hasta aquí lo que tenemos, en el próximo capítulo hablaremos del nuevo gobierno británico y sus posibles estrategias.

Epílogo:  para acabar, fíjense en una noticia que pasó desapercibida entre todo el ruido generado, el 28 de junio, la alta representante de la UE (es decir, nuestra ministra de Exteriores) presentó la nueva Estrategia de Seguridad y Defensa. Se trata de un documento clave, del que hablaremos otro día, cuya presentación quedó arruinada por el brexit.