Pese a lo que te puedan decir, lector amante de algo, todo el mundo narra historias, incluso tú. En el momento en que escoges tus palabras estás creando un discurso y no otro. Estamos rodeados de narradores de historias porque estas son, han sido y serán tan necesarias como la vida misma. Aún así, yo tiendo a escuchar con más atención a los que son concretos, a los que hacen de sus historias verdaderas pastillas Avecrem.

Será por la audacia que veo en Monterrosso, en Bashō o en algunos tuiteros. O será por la pecaminosa pereza que me invade cuando cuento las páginas que me quedan por leer en un libro (en el cole siempre me pregunté por qué no numeraban las páginas de los libros de manera que supieras cuántas te faltaban para terminar). Será todo eso y un pequeño defecto que viene casi de fábrica en toda nuestra generación, la generación de la inmediatez [inserte aquí su artículo, debate, enciclopedia sobre la eterna discusión «tecnología bueno o tecnología caca»].

En un mundo más instantáneo que la sopa de sobre, aquellos que presentan su obra en formato .zip tienden a ser más escuchados

Amo lo breve + odio las páginas + generación digital = yo. Pero no vengo aquí a hacer apología de la instantaneidad en sí misma, no mientras escribo un artículo de mil palabras… Mi objetivo aquí es hacerte ver que en un mundo más instantáneo que la sopa de sobre (y vuelta la burra al trigo), aquellos que presentan su obra en formato .zip tienden a ser más escuchados.

La brevedad en la narrativa ha existido siempre para simplificar aquello que es necesario saber. Un señor cazador en Altamira durante el Paleolítico superior (está precioso en esa época del año) decidió hacer uno de los grafitis más importantes de la historia. Ese señor estaba contando a sus convecinos de cueva cómo se cazaba un bisonte. Tres imágenes: un señor, una flecha y un bisonte.

Rinoceronte de Atapuerca. Foto de Javier Peláez (Flickr, Licencia CC)

Rinoceronte de Atapuerca. Foto de Javier Peláez (Flickr, Licencia CC)

Unos años después, en el siglo XVII, un tal Matsuo Bashō escribe esto:

Un viejo estanque.

Se zambulle una rana:

ruido del agua.

Bienvenido al sobrecogedor mundo del haiku, yo seré su guía. El haiku es un tipo de poesía japonesa que, grosso modo, tiene una métrica de tres versos de 5, 7 y 5 sílabas respectivamente. Detrás de estos tres versos se esconde el zen, el yin-yang y toda una manera de ver el mundo en la que entraremos superficialmente. El yin y el yang son dos conceptos que resumen la dualidad de un todo. El haiku de Bashō contiene un yin y un yang en perfecta armonía. La pasividad y la tierra del yin están en el primer verso. La actividad y la tensión del yang la encontramos en las ancas de la rana que salta. Aquí es donde sucede la magia. El tercer verso: el satori, el que une los dos conceptos aparentemente opuestos en una sola imagen. Ruido del agua. Algo que estaba quieto desde hacia tiempo ahora es una representación visual perfecta del sonido.

Vaya un figura este Bashō, ¿no? Tres imágenes: yin, yang y satori. Si te ha fascinado tanto como a mí, vamos bien. Si no ya puedes pasar a leer otra cosa, no me ofendo.

Volvamos a saltar unos siglos más, hasta 1959. En Guatemala, un tal Augusto Monterroso escribió un cuento llamado El dinosaurio:

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

FIN

¡El p*** amo! Todos conocemos la estructura clásica de la narración (introducción, desarrollo y desenlace). Monterroso, a juicio de mi mente postmoderna y fragmentaria, cambia ligeramente esa estructura para no presentarnos la situación que ya podemos imaginar. Alguien duerme. El dinosaurio sigue allí. Ese alguien despierta. La magia aquí la encuentro en la cantidad de cosas que Monterroso obvia, la de cantidad de preguntas que nos hacemos al leerlo.

Finalmente, año 2006, cuatro americanos crean Twitter, una red soci… Todo el mundo sabe qué es Twitter. Lo que probablemente no sepas es que en Twitter hay verdaderos artistas de la micronarrativa. El formato obligó a @leninperezperez a escribir en un máximo de 140 caracteres lo siguiente:

Siempre me besó con los ojos cerrados:

no soportaba la certeza de que yo seguiría siendo un sapo.

Otro crack. Lo maravilloso de la micronarrativa es que se amolda a cualquier formato. Aparte de la literatura con el haiku, el microcuento o el tuit como ya hemos visto, hay muchos otros microartistas que os pueden dejar igual de patidifusos: el artista visual Vik Muniz se pasa de lo gigantesco a la miniatura tallando un castillo en un grano de arena; Jonty Hurwitz, artista e ingeniero, construye increíbles esculturas que caben en la cabeza de un alfiler; el Calendario en Miniatura sigue sorprendiendo cada día con sus figurines en miniatura fotografiados entre objetos cotidianos; el músico guatemalteco Rigo Pex (aka Meneo) nos hace bailar al ritmo de los sonidos salidos de su diminuta Game Boy.; y en la plataforma Pechakucha se dan miniconferencias que se fundamentan en veinte imágenes de 20 segundos cada una.

El Haikurt —haiku + curt (corto en catalán)— es una fórmula muy buena para empezar a hacer cine

Gala del festival Haikurts 2014. Foto de Laia Tubío

Gala del festival Haikurts 2014. Foto de Laia Tubío

Para acabar, y para revelar que todo este artículo no era más que un spam como la copa de un pino, os voy a hablar de Haikurts, un concepto que inventé hace un par de años y que ha derivado en uno de los pocos festivales de micrometrajes del mundo, una adaptación de la métrica del haiku al cine. Es un muy poco gracioso juego de palabras —haiku + curt (corto en catalán)— pero una fórmula muy buena para empezar a hacer cine. Se trata de hacer cortos de tres planos de 5, 7 y 5 segundos. Igual que los tres versos de 5, 7 y 5 sílabas del haiku, el autor de un haikurt tiene que contar algo en esos 17 segundos. Solo apto para potenciales monterrosos. Echadle un ojo al ganador de la última edición en 2014,  y si os animáis, las inscripciones se abren el lunes 2 de marzo y se cerrarán el 5 de abril. Si no te has dado cuenta, querido lector, de que todo este artículo era una excusa para hablar de mi festival, tal vez te fascina tanto como a mí la micronarrativa.