Nada trae cambios más rápidamente que un ejemplo visible y palpable. España necesita una zona económica especial que, tal y como ocurrió en China, sea un imán de empleo y prosperidad para el país, y la semilla de muchos cambios y reformas.

Las zonas económicas especiales, los motores del crecimiento en China

El proceso económico más significativo de los últimos 30 años es la incorporación de China al mercado mundial. Tras siglos de aislamiento y dos generaciones de comunismo el gigante asiático vivía con niveles de pobreza que hoy se asocian a países centroafricanos asolados por la guerra.

Y sin embargo, cualquier indicador económico que escojamos de China, desde el PIB per cápita hasta la mortalidad infantil, pasando por los índices de desarrollo humano o el nivel de alfabetización, muestra la misma historia: un milagroso ascenso similar al de Europa durante la revolución industrial. Desde 1975 hasta 2010 el PIB per cápita creció más de un 600 % (desde 1.356 hasta 9.556 $ ajustados por inflación) y la esperanza de vida subió en 9 años (desde los 63 hasta los 72). En el mismo periodo Uganda, que partía de un nivel similar, tan sólo logró un crecimiento del 40 % (desde 919 hasta 1.291 $ per cápita).

Pero la transición económica china no se produjo por casualidad. Con la llegada al poder de Deng Xiaoping en 1978 hubo un cambio de mentalidad en la cúpula dirigente hacia las reformas aperturistas y privatizaciones parciales, reformas por cierto muy parecidas a las que implementó Lenin en 1921 con la NEP. Sin embargo era claro que estas reformas significaban un abandono de los principios del comunismo y una reducción del peso del Estado en la economía, algo a lo que una generación de dirigentes absolutamente ideologizados opondría una resistencia feroz. Es por eso que Deng Xiaoping planteó sus reformas como algo pragmático —«no importa el color del gato si caza ratones»— y además las implementó de forma muy gradual y experimental. Parte de esa gradualidad fue la creación de la «zona económica especial» de Shenzen en las cercanías de Hong Kong.

El gran éxito de Shenzen llevó a la creación de nuevas «zonas económicas especiales» hasta que gran parte de la costa China operaba en condiciones de mercado y propiedad privada. El ejemplo se extendió y las élites del partido comunista fueron retirando sus objeciones ideológicas, probablemente a medida que comprobaban que el gato no solo cazaba ratones, sino que podían participar personalmente de la cornucopia del crecimiento económico. El lucro personal incentivaba a los dirigentes y la creciente prosperidad de las zonas especiales atraía al masivo flujo de inmigrantes del interior en busca de trabajo y a los inversores internacionales en busca de beneficios, siempre y cuando se garantizasen sus derechos de propiedad: sobre sus salarios y sobre sus negocios, respectivamente. Desde luego la situación de los derechos de propiedad dista mucho de ser idílica en China, pero la mejora es significativa y los resultados son elocuentes.

Quiero poner un especial énfasis en la importancia de Hong Kong en todo este proceso. Las ideas cambian el mundo, sí, pero nada trae cambios más rápidamente que un ejemplo visible y palpable. Las personas necesitan ver una idea en acción y sus consecuencias para reaccionar, no basta con la teoría o los libros de historia. El milagro económico de Hong Kong precedió al de China: desde pequeño puerto de pescadores hasta centro comercial y financiero mundial, a pesar de un aislamiento respecto a sus vecinos comunistas que hace que el embargo de los EE. UU. a Cuba parezca un juego de niños.

Deng Xiaoping visitó Hong Kong en varias ocasiones y allí se reunió con Margaret Thatcher. Vio el bullicio y el desorden, pero también vio la riqueza que allí se estaba creando, los edificios que se habían levantado sobre ese diminuto terruño y los barcos que entraban y salían de sus puertos. Por sus acciones posteriores debió comprender que la clave de esa prosperidad era algo tan sencillo como el laissez faire, laissez passer. Sobre esa base de libertad económica se realizó el experimento de Shenzen.

Hong Kong no solo sirvió como ejemplo de modelo económico para Shenzen, sino que también supuso una inagotable fuente de personas y empresas con experiencia para crear las primeras industrias que se instalaron allí. China puso la mano de obra, pero los conocimientos y la experiencia comercial la puso Hong Kong, al menos durante los primeros años, mientras en China se aprendía a funcionar en un contexto de mercado abierto, competencia y pérdidas y beneficios.

Crecimiento exponencial en China con la introducción de reformas y medidas liberales

Crecimiento exponencial en China con la introducción de reformas y medidas liberales

España necesita una zona económica especial

España necesita una zona económica especial, un ejemplo de cómo funciona el mercado libre. Los liberales que pretenden convencer a un gobierno, del signo que sea, para que reduzca el tamaño del estado y el intervencionismo actual, están perdiendo el tiempo. Los gobernantes pueden ver con claridad meridiana las ventajas directas que para ellos personalmente tiene manejar la economía. Nuestro sistema actual en el que el Estado, a través de diversas administraciones públicas, controla directamente un 50 % del PIB es un caramelo delicioso para aquellos que aspiran a ostentar ese poder. No basta con argumentar que es mejor controlar un tercio de una economía creciente (como en Suiza, cuyo gobierno gasta un 34 % del PIB) o una quinta parte de la octava economía más rica del mundo (Singapur gasta un 17 %) que la mitad de una economía estancada. No basta con mostrar datos empíricos. Hay que mostrar un ejemplo cercano y obvio.

La creación de una o varias zonas económicas especiales limita el riesgo a asumir por parte del político reformista: tan solo es un experimento o demostración. No hace falta un amplio consenso para realizar “un experimento”, no hace falta obligar a nadie a participar en él, puede incluso buscarse la aprobación mediante consulta popular de las zonas candidatas. No supone una gran amenaza para los poderes fácticos y las grandes empresas monopolísticas que se benefician del actual sistema, ya que solo afecta a una pequeña zona. Incluso puede aprovecharse una zona actualmente desierta o en situación económica deprimida que acoja con brazos abiertos la oportunidad de un cambio radical. Y si concluido el plazo del fuero (o concesión) de la zona económica especial, por ejemplo 20 años, sus habitantes prefieren no renovarlo… siempre está la opción de volver a la normalidad.

Esta zona económica especial sería primero un imán de empleo y prosperidad para España, así como la semilla de muchos cambios y reformas en todo el país.

En España no faltan regiones que serían candidatas ideales para crear una zona económica especial en la que los derechos de propiedad estuviesen protegidos, los impuestos no superasen el 10 % y la competencia y el libre comercio no estuviesen permanentemente coartados por el dirigismo de las distintas administraciones. Se me ocurre una candidata particularmente apropiada: estratégicamente situada para el comercio internacional, con el nivel de paro más alto de España, en una región donde actualmente gobiernan socialistas y cercana a una colonia británica. Otra alternativa sería uno de los enclaves españoles en África, las ciudades autónomas ya gozan de un estatus especial.

La articulación de esta zona

¿Qué condiciones tendría que reunir esta zona especial para emular a Hong Kong? La respuesta es sencilla: más libertad. El modelo se ha replicado en infinidad de ocasiones y los libros de historia están repletos de ejemplos. Aún así merece la pena concretar un poco, si acaso por el contraste que permite ofrecer con la situación actual en España.

Hay varios elementos que coinciden siempre en los enclaves comerciales de éxito: fronteras abiertas, fiscalidad reducida, protección de los derechos de propiedad, libertad de contratación, leyes sencillas y libertad de empresa. Realmente la lista es tan amplia como es la cantidad de restricciones que pesan sobre las empresas en nuestro sistema actual.

Fotografía de Lichunngai publicada en Wikimedia bajo licencia CC

Fotografía de Lichunngai publicada en Wikimedia bajo licencia CC

Las fronteras abiertas al capital, las personas y los bienes comerciales son un elemento fundamental. Las palabras inscritas en 1886 bajo la Estatua de la Libertad hacen alusión a la libertad migratoria. Los movimientos de capitales entre Nueva York y Londres nunca cesaron, ni siquiera cuando EE. UU. y el Imperio británico estaban en guerra. El laissez passer de Quesnay hacía referencia a dejar pasar los bienes comerciales, eliminando las fronteras.

Una fiscalidad reducida y sencilla, por ejemplo un tipo único impositivo no superior al 5 % (sumando impuestos directos e indirectos) y la financiación de los servicios locales mediante tasas por su uso (hasta ser privatizados), sería un auténtico imán empresarial e inversor y permitiría un rápido crecimiento. Los impuestos sobre el capital serían inexistentes y la gestión tributaria se haría de forma local con una agencia tributaria propia no dependiente del gobierno de España ni el autonómico. En Hong Kong sigue operando un sistema similar de tipo único impositivo (los tipos ya son más altos, habiendo crecido hasta el 15 % en el siglo pasado, sin embargo en sus inicios fueron inferiores al 3 %). En los EE. UU. el impuesto sobre la renta no fue introducido hasta 1913 y hasta la segunda Guerra Mundial estuvo exento el 95 % de la población.

Un sistema legal sencillo y estable es absolutamente fundamental. La hipertrofia normativa que nos aqueja, con 800.000 nuevas páginas de regulación publicadas entre el BOE y los boletines oficiales autonómicos cada año, convierte cualquier actividad empresarial o laboral en un auténtico laberinto normativo en el que importa más satisfacer al regulador que al cliente. Las autoridades y tribunales de una zona económica especial deben limitarse a perseguir el robo, asesinato y fraude. Los tribunales privados de arbitraje pueden perfectamente ocuparse de cualquier otra disputa o conflicto. La jurisdicción voluntaria, allí donde rige, ha mostrado tener mecanismos muy eficaces para dirimir y hacer cumplir sus laudos en los casos más complejos.

La libertad de contratación tanto comercial como laboral es una parte de la libertad de asociación que recoge la actual Constitución española, y sin embargo no hay (salvo en el mercado negro) relación laboral o empresarial en la que el Estado no sea una tercera parte interpuesta y a menudo indeseada. El Estatuto de los Trabajadores y la legislación laboral de la Unión Europea son una auténtica aberración económica y en gran parte responsables del desastre que es el mercado laboral en nuestro país. ¿Atrevida afirmación? Quizás lo sea. A falta de demostración empírica solo puedo acudir al derecho comparado y a la historia. Precisamente Hong Kong, donde durante 40 años las leyes laborales han sido inexistentes, es un ejemplo de cómo los salarios suben y las condiciones laborales mejoran por la acumulación de capital (humano y financiero) y no por el fiat del regulador.

Protección de los derechos de propiedad. Conviene repetir que, salvo que existan mecanismos que garanticen que las inversiones que se hagan en la zona económica especial estarán a salvo de un lapsus expropiador por parte del Estado, con la excusa que sea, es inútil confiar en que nadie se comprometa a largo plazo con el desarrollo económico de la zona. Al fin y al cabo los gobiernos cambian, los políticos son volubles y el éxito se ve siempre perseguido por la envidia. Es por eso que es absolutamente necesario que el fuero o concesión de la zona especial contemple durante su duración (20 años) que cualquier confiscación o expropiación debe someterse a un tribunal independiente (no sometido al Estado español) y seguir un procedimiento estipulado, proscribiendo totalmente cualquier confiscación preventiva. Asimismo y para evitar expropiaciones por la puerta de atrás el sistema impositivo y el tipo único impositivo quedarán congelados durante el plazo del fuero, pudiendo únicamente modificarse con una mayoría reforzada (80 %) de los representantes del gobierno local de la zona económica especial.

Fronteras abiertas, impuestos reducidos, leyes sencillas, libertad de contratación y derechos de propiedad seguros bastarían para atraer el interés de cualquier empresario y su absoluta disposición a crear empleo en la zona. Los trabajadores cualificados y el capital extranjero no tardarían en acudir. En un par de décadas veríamos replicado en España el milagro de Hong Kong. O no. Pero a diferencia de otros grandes esfuerzos de reconversión y estímulo a zonas deprimidas, este no le costaría al Gobierno cientos de miles de millones en subvenciones y gasto inútil.

Soy muy consciente de que contemplar cualquiera de estas reformas por más de un segundo sería seguramente causa de infarto cerebral para muchos de nuestros actuales dirigentes y legisladores. Sin embargo, si puede parecer difícil que esto se haga de forma experimental, en un marco reducido y en una zona especialmente necesitada, mil veces más difícil es conseguir que se lleven a cabo reformas liberales a nivel nacional. Además, no olvidemos que nuestros dirigentes se han mostrado más que dispuestos a saltarse a la torera la legislación europea y española y a conceder excepciones en casos puntuales recientemente, por lo que no es tan inconcebible que un día accediesen a permitir tal experimento. Si fueron capaces de abrir su mente los dirigentes de la China comunista, quiero pensar que incluso el más cerril de los gobernantes patrios puede.