Un claro ejemplo de las divergencias entre el pensamiento oriental y occidental se recoge en un frase de Hegel en la que se molestó en acusar a los chinos de una gran inmoralidad: «[los chinos]son conocidos por mentir allí más que nadie», decía. No sería difícil trasladar esta afirmación a la actualidad y recurrir a todas las imitaciones tecnológicas o textiles chinas que circulan mundialmente para justificarla. Sin embargo, detrás de las copias de los productos occidentales no siempre está la intención de «colártela», ni las funciones de estas tienen por qué ser más dudosas o estar devaluadas. Como defiende Byung-Chul Han en Shanzhai (Caja Negra Editora), los chinos tienen una idea totalmente distinta sobre qué es un original y qué es una copia y, de hecho, tenemos mucho que aprender de ellos.

Desde la Antigüedad la creencia en la inmutabilidad y permanencia de la sustancia responde a la normativa occidental, por lo que desde este punto de vista toda copia tiene algo de demoníaco que destruye la identidad y pureza originarias. Con los chinos pasa justo al contrario. Con raíces en el pensamiento budista, su idea de original no apunta a una identidad definitiva sino a un proceso infinito de transformación continua. Cuando en 2007 se supo que los guerreros de terracota expuestos en el Museo de Etnología de Hamburgo eran una copia, el director inmediatamente clausuró la exposición. Los chinos que habían enviado las figuras se tomaron esta reacción como una ofensa, ya que para ellos una reproducción exacta tiene el mismo valor que el original.

Portada de ‘Shanzhai: el arte de la falsificación y la deconstrucción en China’ (2016) de Caja Negra Editora.

Los guerreros de terracota están hechos con módulos: el propósito nunca fue el de producir un objeto original sino una producción en masa que permitiese variaciones. Siguiendo esta línea, desde el comienzo de la excavación arqueológica se abrió un taller para la fabricación de las réplicas. Habría que decir que los chinos estaban intentando retomar la producción; en ningún caso confeccionaban ‘falsificaciones’. El Santuario de Ise, declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO, tiene 1.300 años de antigüedad pero en realidad se reconstruye por completo cada 20 años. Razón más que suficiente para que lo acabaran eliminando de la lista. En una cultura en la que la reproducción constante se presenta como una técnica de conservación y de mantenimiento, las imitaciones nunca pueden considerarse meras copias.

Los ejemplos son muchos. En 1956, en el Museo Cernuschi de París, se celebró una exposición de las grandes obras del arte chino y pronto se supo que los cuadros eran falsificaciones. El falsificador era nada más y nada menos que Zhang Daqian, cuyas obras se estaban exponiendo a la vez en el Museo de Arte Moderno. Digamos que era el Picasso chino. De hecho, ese año tuvo lugar un encuentro entre él y Picasso que fue interpretado como la cumbre de la confluencia entre el arte oriental y occidental. Cuando se dio a conocer que las obras eran falsificaciones suyas, el mundo occidental le tomó como un mentiroso. Para Zhang Daqian estos cuadros antiguos no eran falsificaciones sino reproducciones de pinturas desaparecidas que solo se habían transmitido literariamente.

En la antigua práctica artística china el aprendizaje se lleva a cabo copiando. La copia también es una señal de respeto para con el maestro, lo que tampoco resulta desconocido para el arte europeo. La copia de Manet del cuadro de Gauguin parece una declaración de amor. Las imitaciones de Van Gogh de las estampas japonesas de Hiroshige también. Sin embargo, el culto a la originalidad y a la autoría deja en segundo plano esta práctica esencial para el proceso creativo.

De hecho, son curiosos los sellos que pueden encontrarse en los cuadros antiguos chinos ya que son muy distintos de las firmas de la pintura europea: estos no reivindicaban la autoría sino que servían para abrir un terreno de diálogo en el que los últimos en contemplar la imagen también le daban forma. Los expertos o coleccionistas iban añadiendo y acumulando las marcas y comentarios en la obra, modificándola tanto física como estéticamente.

El arte chino no trata de replicar la naturaleza sino operar de la misma manera. Genera mutaciones y se adapta al contexto. Cuanto más se venera una obra más cambia su aspecto. Lo posterior o sucesivo determina el origen: de este modo lo deconstruye y siempre se está llenando de nuevos significados. En China no es raro que las falsificaciones, si responden al gusto de la época, lleguen a tener más valor histórico-artístico que el original verdadero. Es decir, llegan a ser más originales que el original.

Shanzhai es el neologismo chino que se emplea para Fake. En China el shanzhai abarca todos los terrenos de la vida. Hay libros shanzhai , premios nobel shanzhai, películas shanzhai, diputados shanzhai o estrellas del espectáculo shanzhai. Al principio el término se refería a los teléfonos, a falsificaciones de productos de marcas como Nokia o Samsung, que se comercializan bajo nombres como Nokir, Samsing o Anycat. Sin embargo, estas son más que meras falsificaciones baratas. Son multifuncionales y están a la moda. Además, los productos shanzhai se pueden adaptar muy rápidamente a las necesidades o situaciones concretas, lo que no está al alcance de una gran empresa ya que sus procesos de producción están fijados a largo plazo. El shanzhai aprovecha el potencial de la situación.

«Steve Jobs»

La riqueza imaginativa de los productos shanzhai en muchas ocasiones es superior a la del original y es frecuente que muestren rasgos humorísticos. La etiqueta del teléfono iPncne, por ejemplo, se parece a la del Iphone original pero un poco usada. También existen teléfonos shanzhai con una función adicional para reconocer dinero falso. Lo nuevo emerge a partir de variaciones y combinaciones y los productos van sucesivamente apartándose del original hasta mutar en originales. Las marcas establecidas se modifican sin cesar. Adidas se convierte en Adidos, Adadas, Adadis, Adis, Dasida, etc. Podría decirse que juegan con las marcas a la manera dadaísta, lo cual no solo se revela como una expresión de creatividad, sino que también tienen un efecto paródico y subversivo frente al poder económico y los monopolios.

En el terreno de la literatura actual china se observa algo parecido. Si una novela tiene éxito no tardan en aparecer fakes. Y no siempre se tratan de imitaciones de nivel inferior. El fenómeno Harry Potter puso en marcha una dinámica de este tipo. Hoy existe una gran cantidad de fakes que dan continuidad al original transformándolo. Harry Potter y la muñeca de porcelana representa una chinificación de la historia. Junto a sus amigos chinos vence a su adversario oriental Yandomort. Harry Potter habla un chino fluido, aunque no maneja bien los palillos etc.

Aún así, occidente se sustrae a la creatividad propia del Shanzhai al considerarlo meramente un fraude, un plagio y una ofensa a la propiedad intelectual. Recordamos el caso de Agustín Fernández Mallo, quien tuvo que retirar su obra El hacedor de Borges remake al ser denunciado por María Kodoma. Una evidente reescritura en homenaje al escritor argentino que se extendía con una marcada hipertextualidad y contenido transmedia. El pensamiento occidental muchas veces parece olvidar que la creación no es un acontecimiento repentino sino un proceso dilatado que exige un diálogo intenso con lo que ya ha sido para extraer algo de ello, como no se cansa de repetir Kenneth Goldsmith (su obra Escritura no creativa recoge muy bien esto) o como demuestra Berta García Faet en su último poemario, Los salmos fosforitos (La Bella Varsovia) una meticulosa y fascinante traducción experimental (de español a español) de Trilce de César Vallejo.