El pasado jueves se inauguró en el COAM (Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid) una exposición sobre el último proyecto del arquitecto holandés Winy Maas: ‘The Why Factory (La Fábrica del Porqué). Se trata de un think tank (laboratorio de ideas) que Maas ha creado en paralelo a su estudio de arquitectura MVRDV y junto con la Universidad de Delft, —similar al que creó Rem Koolhaas como espejo de los proyectos desarrollados en su estudio OMA, AMO—.

Winy Maas es una especie de Leonardo Da Vinci del siglo XXI con las dotes políticas de un candidato a alcalde y la adrenalina de Mick Jagger en sus mejores tiempos.  Sus discursos, característicos por la ausencia de silencios y signos de puntuación, son acelerados y disparatados, igual que las ideas que brotan de su cabeza. Cargado de onomatopeyas y paseos por el escenario, y acompañado de un bombardeo de imágenes pixeladas, Maas se preocupó por mantener entretenidos a todos los allí presentes, como si de un cómico o político se tratase. Sea como fuere, de lo que no cabe duda es de que las paredes del COAM hacía tiempo que no escuchaban aplausos tan prolongados y merecidos.

Los sueños de Winy

En su conferencia presentó «The Journey» (El viaje), una de las investigaciones que, junto con varios estudiantes, se han desarrollado en esta fábrica de ideas y cuyo objetivo es crear una plataforma de líneas de exploración para futuros proyectos. Se trata de un recorrido por una serie de sueños un tanto naïf y con afán utópico para más tarde, en la medida de lo posible, construir una realidad más emocionante.

Tienda Chanel en Amsterdam y oficinas en East Kowloon, Hong Kong, MVRDV, 2016.

Tienda Chanel en Amsterdam y oficinas en East Kowloon, Hong Kong, MVRDV, 2016.

Los sueños están bien, pero también pueden llegar a convertirse en una terrible pesadilla

Una visión infinita de la ciudad, donde apuesta por la transparencia, es uno de los sueños borgianos en el que más se ha centrado el holandés. Cocinas transparentes que ofrecen una visión completa de alimentos, la fachada de ladrillos cristalinos de la tienda de Chanel en Ámsterdam o un bloque de oficinas en Hong Kong con muebles casi invisibles, son algunos ejemplos de esa ciencia ficción trasladada a la realidad.

Los sueños están bien, porque son una innegable fuente de inspiración para el desarrollo de la técnica. Pero los sueños también son caros e incluso peligrosamente caprichosos, pudiendo llegar a convertirse en una terrible pesadilla. Entre sonrisas de fascinación y entusiasmo futurista, surge cierta melancolía al reflexionar sobre las líneas de trabajo que sugiere Maas a los futuros arquitectos.

«¿Para qué necesitamos arquitectos que diseñen casas o ciudades, si un programa de ordenador ya puede hacerlo con una serie de parámetros?» Con este tipo de premisas su estudio propone una nueva forma de densificación urbana en Asia oriental, cuyo resultado es la mezcla de una serie de parámetros (soleamiento, presupuesto y metros cuadrados) sin la necesidad del factor humano que lo controle. Aunque a primera vista es de agradecer que de entre tanta proliferación de colmenas propias del socialismo real aparezca un collage de tipologías y colores, esta modestia camuflada encierra un riesgo peligroso: el rechazo a las convenciones clásicas de la arquitectura podría convertirse en una nueva moda para urbanizar las ciudades, con ausencia de lógica, coherencia y armonía: en definitiva, de humanismo. Resulta irónico recordar que hace cinco siglos su compatriota Erasmo de Rotterdam escribía el Elogio de la locura, pero esto lo dejaremos para más tarde.

Museum of Tomorrow, Taipei, Taiwan, MVRDV, 2011

Museum of Tomorrow, Taipei, Taiwan, MVRDV, 2011

Con declaraciones como la de que «los edificios verdes son feos porque son un cliché», Maas justificaba su prisa por acelerar el discurso acerca de la eficiencia energética para poder pasar a otros temas más emocionantes: así volvió a su recopilatorio de sus sueños y los de sus alumnos, con ascensores hacia el espacio, ciudades silenciosas o soles que duran todo el día.

Hablar de arquitectura como si fuera un producto de Apple no es más que la ambición de quien quiere crear para deslumbrar y vender

Por otro lado, no cesó de lanzar dardos envenenados hacia la arquitectura icónica como la de Calatrava o Gehry, u otros fenómenos más actuales como el de «chic favelas», haciendo alusión al último premio Pritzker, Alejandro Aravena. Otros tópicos que menciona son las ciudades contaminadas por el fenómeno easy-jet —como Ámsterdam—, la abundancia de viviendas mínimas, la aparente bondad de los arquitectos, el miedo a alterar lo viejo o el abuso del prefijo » re». Estos son solo algunos de los conceptos que Maas iba introduciendo para explicar el análisis satírico de la realidad social de la que parten sus proyectos.

Pero hablar de arquitectura como si fuera un producto de Apple no es más que la ambición de quien quiere crear para deslumbrar y vender. Hacer una lista de clichés arquitectónicos para demostrar que hay que ir por otro camino es evidenciar la actitud de quien aspira a ser innovador.

Poco a poco nos hemos ido acostumbrando a este tipo de discursos, o shows, propios de estrellas de la arquitectura como Rem Koolhaas —actualmente más volcado en política—, o del danés Bjarke Ingels —que lucha por convencernos de lo eficientes y rompedoras que resultan sus montañas rusas—. Sin embargo, de vez en cuando surge cierta tensión cuando en el aula se escuchan estos nombres, y más aún cuando se les pone como ejemplo. Hay ciertos profesores de universidad que se niegan a cubrir el temario que involucra a estas tendencias arquitectónicas, cuyo lenguaje nada tiene que ver con la herencia de los grandes maestros. Y esto no deja indiferente a los alumnos, que los encasillan a veces como «profesores de la vieja escuela». Pero, ¿cuándo empezó a ser vieja?

Durante años, los teóricos han centrado el debate en la eterna lucha entre la armonía apolínea y la inquietud dionisiaca, la belleza frente a lo sublime. Pero entre unos y otros ya se han encargado de llevar al límite los experimentos en ambos bandos, abriendo el camino a nuevas obsesiones, como el retorno a las utopías que refleja el «Whats next?» (¿Qué es lo siguiente?) que nos recuerda Maas cada cinco minutos durante su charla. Y es que parece que le fueran a sangrar los oídos si escuchara hablar de cánones de belleza o del «menos es más» de Mies, o que «la arquitectura es el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo la luz», como decía  Le Corbusier.

Visto lo visto, a una le entra una enorme curiosidad por entender estas posturas tan radicalmente opuestas, donde unos se mantienen arraigados a un presente historicista, mientras que otros aspiran a hacer posibles sus sueños de ciencia ficción, con ciudades entre Blade Runner y Pandora.

En un amago por tratar de encontrar respuestas, resulta divertido hacer un breve análisis del contexto en el que se desarrollan estos lenguajes, pecando todos ellos de algún tipo de paranoia.

Elogio de la locura

El contexto socio-político, económico y cultural, así como las influencias de otros lugares o incluso de las modas, son algunos de los factores relevantes a la hora de tratar de entender los estilos que se han ido desarrollando a lo largo de la historia. Sin embargo, existen ciertas constantes, a veces escondidas tras aquellos factores, que en cierto modo caracterizan los lenguajes arquitectónicos presentes en los distintos países. El más claro ejemplo es el clima, que no sólo afecta a nuestro carácter, sino también a nuestra manera de percibir el espacio y proyectarlo.

Aunque cada vez más contagiados por esas otras formas de hacer, en países como Portugal, España o Italia hemos vivido cegados —nunca mejor dicho— por la luz, experimentando durante siglos con el mismo ingrediente que dio lugar a los templos de la antigua Grecia. Al fin y al cabo, no por nada Alberto Campo Baeza —uno de los máximos representantes de nuestra arquitectura a nivel mundial— ha llenado durante décadas los libros y revistas de arquitectura con sus luminosas cajas blancas y divagaciones sobre ritmos y proporciones de luces y sombras.

Escena de la película ‘Una habitación con vistas’ (J. Ivory, 1985) en el interior de la Santa Croce, Florencia, Italia.

Escena de la película ‘Una habitación con vistas’ (J. Ivory, 1985) en el interior de la Santa Croce, Florencia, Italia.

No es casualidad que el síndrome de Stendhal tuviera su origen en Italia, en Florencia en concreto, el paraíso de los renacentistas. «Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme», escribe Henri-Marie Beyle, bajo el seudónimo de Stendhal. Esta confesión es probablemente la mayor satisfacción para el creador, aunque a día de hoy cada vez son menos los que confían en esta capacidad que la arquitectura tiene para producir estos efectos.

En Rotterdam vemos las ideas de Erasmo llevadas al urbanismo, donde cualquier experimento formal, material, y de escala puede llevarse a cabo

Atravesamos Europa hacia el norte para volver al protagonista de nuestra historia. Compuesto por un tapiz de campos parcelados y pueblos con hileras perfectamente ordenadas de casitas de ladrillo con cortinas de encaje, Holanda podría compararse con una tarta confeccionada por un ama de casa pulcra y perfeccionista. Eso hasta que uno llega a Rotterdam, collage de los sueños (arquitectónicos), las ideas de Erasmo llevadas al urbanismo, donde cualquier experimento formal, material, y de escala puede llevarse a cabo.

Teatro Luxor, Bolles+Wilson, Rotterdam, 2011. Al fondo, el puente de Erasmo, UNstudio, 1996.

Teatro Luxor, Bolles+Wilson, Rotterdam, 2011. Al fondo, el puente de Erasmo, UNstudio, 1996.

En la vecina Alemania la locura es bastante menos feliz. El carácter introvertido y sombrío que caracteriza a sus habitantes, tan cliché como nuestras tapas y nuestros gritos, se encuentra ejemplificado en buena parte de las artes.

El polémico artista Gregor Schneider recrea cuartos dentro de cuartos, lugares donde ha sucedido una tragedia, o encarcela un espacio tan libre como la playa. Esta obsesión determinista propia de un psicópata se asimila a la de cineastas como Fassbinder o Wim Wenders, que persiguen esta perversión mediante personajes solitarios e incomprendidos y los abrumadores silencios que los acompañan.

Izquierda: ‘21 Beach Cells’, Gregor Schneider, 2007, Bondi Beach, Sydney. Derecha: Escena de la película ‘Todos nos llamamos Alí’ (R.W.Fassbinder, 1974).

Izquierda: ‘21 Beach Cells’, Gregor Schneider, 2007, Bondi Beach, Sydney. Derecha: Escena de la película ‘Todos nos llamamos Alí’ (R.W.Fassbinder, 1974).

El propio nombre de la casa nº3 del arquitecto alemán Oswald Mathias Ungers, «Haus ohne Eigenschaften» («casa sin cualidades»), es un ejemplo llevado al extremo de la introversión alemana. La perversión surge en la esencia del silencio, la cárcel y la soledad.

“Haus ohne Eigenschaften” (casa sin cualidades), Oswald Mathias Ungers, Colonia, 1995.

“Haus ohne Eigenschaften” (casa sin cualidades), Oswald Mathias Ungers, Colonia, 1995.

 

El otro tópico que relaciona a los alemanes con las máquinas no es baladí. En 1970 surgía uno de los primeros grupos tecno de la historia, Kraftwerk, inspirado en los sonidos repetitivos de las fábricas, y una década más tarde, Joachim Witt se convertía en estrella de la Neue Deutsche Welle con su canción Goldener Reiter (el jinete amarillo), con el mismo ritmo riguroso de las máquinas llevado al pop.

Al observar los espasmódicos bailes del cantante interrumpidos por la sensualidad de las enfermeras en minifalda, uno entiende la perversión camuflada de sobriedad que caracteriza a los edificios de Max Dudler, admirado arquitecto por cuyo sello pelean todas las ciudades de Alemania. Igual de perverso es imaginar uno de los robóticos conciertos de Kraftwerk estallando el silencio que reina en el interior de sus edificios.

Izquierda: Kraftwerk durante un concierto del disco ‘Autobahn’ en el MoMa, Nueva York, 2012. Derecha: Biblioteca de la Humboldt-Universität, Max Dudler, Berlin, 2009.

Izquierda: Kraftwerk durante un concierto del disco ‘Autobahn’ en el MoMa, Nueva York, 2012. Derecha: Biblioteca de la Humboldt-Universität, Max Dudler, Berlin, 2009.

Con sus pros y sus contras, en Inglaterra pecan de avant-garde (no solo en cuestiones arquitectónicas). Escuelas como la Bartlett o la prestigiosa Architectural Association School of Architecture luchan por proyectar utopías en todas las escalas; pero, a diferencia de la sutileza espacial de los mediterráneos, la incontrolada acumulación de ideas de los holandeses y el aburrimiento de los alemanes, se preocupan por impregnar sus proyectos con una estética cool y extravagante.


En este mundo de locos en el que vivimos también son necesarios doctores que diagnostiquen; a veces, víctimas de los prejuicios y la ignorancia, pecamos de despreciar, así como de admirar desmesuradamente, a todos estos genios locos de los que nos rodeamos. Maas mostró su preocupación por esta ignorancia y sus calamitosas consecuencias, habiendo resultado ser sus proyectos víctima de plagios. Con actitud ingeniosa y cariñosa, como no podía ser de otra manera, ha decidido burlarse de esto con la realización de un workshop donde estudian el fenómeno ‘copy-paste’; así como la creación de su propia versión de la prestigiosa revista El Croquis, a la que ha llamado El Croquet, donde cada uno puede convertirse en una (falsa) estrella de la arquitectura copiando proyectos de otros. No es más que una lucha de locos pero, a diferencia de los cobardes, este se ha dignado a pedir permiso a los propietarios de la revista pues, como dice el refrán, en el reino de los ciegos, el tuerto es el rey.