Europa afronta una crisis migratoria sin precedentes, marcada por el aumento de refugiados, solicitantes de asilo y otros migrantes en situaciones de vulnerabilidad que intentan acceder al continente. En medio de un gran debate social y político sobre cómo abordar este drama, hablamos con el director de la Comisión Episcopal de Migraciones, el jesuita José Luis Pinilla SJ.

¿Qué está pasando a las puertas de Europa?

Lo que está pasando es lo que está pasando ya desde hace muchos años. Antes se focalizaba fundamentalmente en la frontera sur pero, como ya avisamos numerosas instituciones, cuando se cierra una puerta se abre una ventana. La ventana que se ha abierto ahora es la vía del Este, de la cual ya veníamos advirtiendo hace tiempo porque, aunque la sociedad española se asustaba mucho con la llegada de irregulares por el Sur, ya en esos momentos la llegada de irregulares era el triple por el Este: por Grecia, Italia, etc. Hasta que el fenómeno no está en la puerta, no nos toca.

 

¿Podrían o deberían haber hecho algo antes los gobiernos?

La política de asilo y de refugio de la Unión Europea se ha mantenido en unas claves totalmente desfasadas porque no afectaba a las realidades de las potencias europeas fuertes. Ahora de repente ha venido toda esta marea blanca —esa gran cantidad de refugiados a la que se está respondiendo con la marea blanca de la solidaridad— y se están poniendo en cuestión varias cosas. Primero, Europa se está dando cuenta de la realidad de los migrantes, cosa que ya sucede en América Latina, en Asia… Segundo, se está poniendo en cuestión cuál es la identidad europea. Porque el tema no es solamente el número de refugiados o la distribución de los mismos, sino también en qué se fundamenta la unidad de Europa.

Se está poniendo en tela de juicio cuáles son los valores que están configurando la realidad europea y ese es, para mí, el principal problema. Evidentemente, es urgentísimo todo lo que tiene que ver con la vida y la protección del desvalido, del vulnerable; pero me preocupan estos bandazos de que, cuando son temas puramente económicos, la política europea se unifica y se da una respuesta común inmediata, pero cuando son problemas de derechos humanos o problemas de defensa de la dignidad de las personas o la libertad de circulación —uno de los principales pilares de la Unión Europea— es un desastre. Ojalá que este acontecimiento, aparte de generar solidaridad, provoque también una reforma total de las políticas europeas al respecto.

 

Parece que parte de los dirigentes abordan la cuestión migratoria con otro tono pero, en cambio, la Unión Europea es incapaz de alcanzar un acuerdo ni siquiera en relación con los cupos, como se escenificó este lunes.

Así es. Hay un tema de falta de acuerdo que, vuelvo a insistir, es dolorosísimo que ocurra cuando no hay dinero de por medio —que es lo que interesó cuando se produjo la crisis griega—. Pero no es solo eso, sino también la falta de acción coordinada y relativamente rápida ante problemas de vida o muerte porque, en el fondo, estamos hablando de personas y de situaciones de vida o muerte. ¿Recuerdan cuando el Papa habló del Mediterráneo como un cementerio o de Lampedusa como una gran vergüenza en medio de la Comisión Europea? ¡Cuántos políticos y cuántos personajes de primera fila se rasgaron las vestiduras! Tardaron cerca de seis o siete meses en tomar las primeras medidas… La falta de coordinación va unida a una falta de inmediatez en la respuesta. Cuando dicen «los ministros se van a reunir rápidamente», pues rápidamente son días y días; no se ponen de acuerdo y dicen «venga, otra reunión en diez días». Es una tomadura de pelo porque no se le quiere hincar el diente a este problema de manera sólida y conforme a los valores europeos.

 

Entonces, ¿no se anima a hacer cábalas de cuándo se producirán avances?

El tema no es las fechas, ni siquiera los números. El tema es que a una situación como esta no se puede responder como si fuera la resolución de un problema matemático. Es decir, no se puede decir «tenemos tantas personas, hay que acoger tantas, a ti te tocan no sé cuántas»… porque estamos hablando de personas. Además de los números, además de la ubicación, además de las fechas cerradas —que ojalá se hubieran impuesto ya—, hay que hablar de perfiles. El refugiado o el migrante no es una persona configurada desde un único modelo y, por ello, la respuesta es muchísimo más compleja. Y desde luego, exige una serie de medidas que no acaban con la medida a corto plazo. La Unión Europea tiene que empezar desde ayer a formular una nueva política porque esta se ha demostrado que es un desastre.

Es muy difícil establecer fechas porque hay un montón de componentes políticos, estratégicos y económicos que están impidiendo una respuesta mucho más clara y mucho más concreta. Ya nos damos con un canto en los dientes si se ponen de acuerdo con cierta rapidez en el tema de las cuotas, pero en el fondo ese es un pasito de nada ante lo que está desvelando este «fenómeno que marca época», como dijo Benedicto XVI. No caemos en la cuenta de que, igual que la revolución industrial o la aparición de las democracias en su día, hoy uno de los componentes de la sociedad es precisamente el fenómeno de la movilidad. Eso todavía no está ni en la mente política ni en la mente social, quizá sí un poco en la mente cultural.

 

Como habla de perfiles, le haría dos preguntas: ¿Qué eco llega de las asociaciones y colectivos que trabajan con migrantes? ¿Qué más pasos hay que dar, pues imagino que hay que plantear medidas más allá de la acogida primera?

Esa es la estrategia que la Iglesia está transmitiendo de manera coordinada: Cáritas, CONFER, Justicia y Paz, el Servicio Jesuita al Refugiado y la Comisión Episcopal de Migraciones estamos incidiendo, fundamentalmente, en que no queremos almacenar personas. Cuando algunas asociaciones dicen «tenemos un albergue con 100 camas» o «los podemos meter en esa casa de convivencias», recuerdo que estamos hablando de personas. Es verdad que en una situación de emergencia lo primero es techo, pan y cuidados; pero claro, no hablamos de números. A los números se les almacena, a las personas no. En la clave de la acogida, porque no estamos pidiendo las subvenciones que se puedan dar, lo que estamos diciendo es que antes nos hablen de perfiles. Hasta que eso no lo tengamos claro, no podemos hablar de acogida digna.

No es lo mismo acoger a personas solas que a familias, que tienen que estar en su entorno familiar porque es el primer elemento de cohesión social; no es lo mismo acoger a un agricultor de Eritrea que a una persona, como algunos de estos sirios, con una formación ya estabilizada. Hablemos de perfiles. Hasta que esos datos no los tengamos, y supongo que todas las demás asociaciones estarán en ello, la respuesta solo puede ser la apertura y una previsión de alojamientos; pero el discernimiento que hay que hacer con los que van llegando es clave para que la respuesta no sea una respuesta publicitaria o mediática, sino una respuesta dada desde la dignidad y la justicia.

Vuelvo a insistir: al niño no se le puede separar de su padre. Al mismo tiempo que lo acoges tienes que estar buscando los recursos escolares… Por ejemplo, a nosotros nos han pedido, desde el Pontificio Consejo de Emigrantes, detalles concretos que van desde cómo acceder a la Seguridad Social hasta cómo pedir el carnet de refugiado, pasando por preguntas como qué pasa con las medicinas o si hay intérpretes suficientes.

 

Lagrietaonline_Entrevista refugiados_2Retomo la cuestión de qué les cuentan las asociaciones que están haciendo trabajo de campo…

Creo que hay muy buena disposición pero hay que evitar rasgos de individualismo y, por ello, es muy importante la coordinación. Imagino que las asociaciones que ya han recibido subvención están trabajando con más facilidades pero los ecos que nos llegan son coordinación, coordinación y coordinación; perfiles, perfiles y perfiles, datos inmediatos y protocolos…

 

Primero entraría el Estado y luego ya las organizaciones de atención al migrante, como Cruz Roja, Accem y la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), ¿no?

Claro, y Cáritas. Son los principales interlocutores con los que está hablando el Gobierno. Y es muy bonito que la respuesta sea coordinada. La coordinación y la relación mutua sin sospechas es imprescindible porque el importante es el otro, no yo.

 

Y en este esquema, ¿después puede sumarse cualquiera?

Sí, pero teniendo en cuenta los perfiles y la temporalización. Olvidémonos de que aquí van a llegar trenes llenos de refugiados; aquí hay una temporalización que necesitamos saber cuanto antes para que se pueda responder de manera gradual a la llegada de nuestros hermanos refugiados. Hay unas medidas de emergencia para dar la respuesta global inmediata, pero no se pueden perder de vista ni la temporalización ni las medidas a largo plazo.

 

En este momento de tanta preocupación por los refugiados y tanto ruido mediático, imagino que habrá mucha gente que se anime ayudar, pero no basta con abrir las puertas de casa y acoger, ¿no?

Ahora es muy importante canalizar el ofrecimiento inmediato, porque eso nos va a ayudar a todos a saber qué capacidad de acogida tenemos. Pero, al mismo tiempo, desde el primer momento hay que subrayar que el tema es complejo: no es solo techo y pan, hay una cantidad de complementos a la acogida que quien lo asuma tiene que ser consciente de ello. Y en la respuesta es también muy importante que la gente se sitúe en perspectivas de medio y largo plazo… ¿Cuál va a ser el tiempo de acogida? ¿Qué medios va a ofrecer el Gobierno a las instituciones y asociaciones para los enlaces con los recursos sociales, administrativos, etc. que la Administración y la sociedad española tienen? Claro, sé de personas concretas que ya se han ofrecido a colaborar y, cuando les hablo de esto, me dicen «ay, pues no había caído en la cuenta». Es que esta persona va a llegar y va a hablar sirio, ¿cómo se van a entender ustedes? Es que a estos niños hay que escolarizarlos, ¿ustedes tienen un colegio cerca? A lo mejor algunos vienen enfermos, ¿qué posibilidades hay de atención médica? La buena voluntad es imprescindible, pero hay que acompañarla con la cabeza. Y hay que acompañarla con la claridad de la acogida: «yo te acojo como soy y te recibo como eres» y eso supone que quiero saber quién eres y cómo estás.

 

Por terminar, ¿qué cabeza podemos poner para evitar futuras crisis?

Lo primero que hay que tener claro es que el otro es mi hermano. Mi respuesta no es, por tanto, puramente técnica; pero precisamente porque quiero lo mejor para el otro, tengo que tener una cierta capacidad de organización. Tengo que saber con qué variables cuento para que la respuesta inmediata a la larga no sea peor de lo que yo pretendo. Tengo un ejemplo muy concreto que siempre utilizo: el pasaje de Pedro entrando en el templo y el paralítico pidiéndole limosna. Pedro se rasca los bolsillos y ve que no tiene una limosna que darle, pero su cabeza dice que le tiene que ayudar con lo que tiene y le dice «en nombre de Jesús, levántate». Menos mal que Pedro no tuvo calderilla en el bolsillo porque, si la hubiera tenido, inmediatamente habría resuelto el problema dándole limosna y aquel paralítico hubiera quedado con más calderilla en su bolsillo pero igual de paralítico que antes. Se le habría dado una respuesta no adecuada: a tu generosidad hay que ponerle la mejor manera de ayudar y si aquí falta vino, habrá que poner vino, no vinagre. Y si aquel otro es paralítico habrá que ayudarle a echar a andar, no decirle «qué bueno eres y aquí tienes mi casa, que tiene mil escaleras». La cabeza necesita responder desde lo que el otro necesita, no desde lo que a mí me parece que el otro necesita.