Separados por salas, contextos y conceptos,
las tías buenas y las buenas tías
no pueden hacer historia juntas.

Museo, basura urbana y pornografía, Paul B. Preciado

 

Hace unas semanas vino a la capital el ilustrador Paco Tuercas, debido a la presentación de algunas de sus obras en la feria de arte JustMad. No me pregunten por qué, pero tras el primer día de la feria nos dieron las cinco de la mañana hablando de porno y gatillazos. A ninguno de los dos nos gusta el grupo de punk Gatillazo y la botella de alcohol nos costó cinco euros, así que quizá sea el precio la explicación más legítima a los desvaríos.

Legítimo o no, el porno, los gatillazos o el alcohol nos hicieron recordar uno de los pasajes de Los detectives salvajes de Bolaño. En concreto, uno en el que su protagonista Arturo Belano está a punto de acostarse con una francesa de lo más espectacular, sensual, voluptuosa, femenina y demás atributos en un principio agobiantes y deseados por cualquiera; sin embargo, al pobre tipo, no se le levanta. Pero que no cunda el pánico, la salida al laberinto de estrés y libido en el que se encuentra Belano viene de la mano de esa mujer que de víctima no tiene un pelo y le pide que le azote repetidas veces, cada vez con más fuerza, hasta desdibujar los márgenes del porno clásico, y me atrevería a decir también los de la relación sexual cristiana —ya saben, la buena, la sana—. Pues bien, es justo ese espacio que hay al otro lado de los márgenes —donde Belano da azotes y las monjas se santiguan del susto—, lo que intentarán mostrar estas líneas y dibujos.

Paco Tuercas

Paco Tuercas

Tanto el canon de la relación sexual como el del porno clásico actúan como un campo de seguridad, ya sea en el discurso mítico del primero, como en las representaciones construidas por el segundo. El tipo que se va a acostar con la mujer siempre tiene una erección maravillosa —que no asombrosa— más dura que el mármol del David de Miguel Ángel; y la mujer, más atractiva que Claudia Cardinale en Hasta que llegó su hora, se entrega y se derrite tan solo con verlo. No hace falta que diga lo que sucede cuando entra en contacto con él.

Échale la culpa al otro, al frío, o al whisky; sobre todo al whisky. Échasela a todo menos a ti, pero lo que contaba líneas más arriba sucede pocas veces. Como dice Virginie Despentes: «follar con alguien desconocido da siempre un poco de miedo, a menos que se esté muy borracho. Es incluso una de las cosas más interesantes del asunto»[1].

No es baladí la anterior mención a los márgenes del porno, pues, actualmente, dada su alta viralidad —en el sentido de su propagación casi infinita a través de los media—, es este quien parece delimitar el canon de la relación sexual. El porno se mete en casa, en el hogar, anestesia la razón y la deja a la merced de los impulsos del cuerpo, y es justo aquí donde nos encontramos con el peligro o la ventaja que esto entraña: en el porno está operando continuamente la construcción de subjetividades.

«La tarea de la pornografía dominante es fabricar sujetos sexuales dóciles»- Paul B. Preciado

El porno, pese a ser un género cinematográfico, pese a ser ficción —en su mayor parte, y más hace años— se articula sobre una serie de normas, códigos, convenciones y límites cuyo fin predominante es satisfacer la heterosexualidad masculina. No quiero decir con ello que no satisfaga la sexualidad femenina, sino que va dirigido a una sexualidad muy determinada, trayendo como consecuencia un binomio de sexualidades saturadas que juegan un papel fundamental en el plano político. En esta misma línea es inevitable citar a Paul B. Preciado (antes Beatriz Preciado), quien afirmará que el porno «crea y normaliza modelos de masculinidad y feminidad, generando escenarios utópicos escritos para satisfacer al ojo heterosexual. Esa es, en definitiva, la tarea de la pornografía dominante: fabricar sujetos sexuales dóciles […], hacernos creer que el placer sexual “es eso”»[2].

La iconografía del porno construye identidades sexuales cada vez más masculinas y femeninas de las que participamos y naturalizamos, aunque no tengamos idea alguna de lo que tales conceptos signifiquen. Irónicamente, podríamos decir que el porno es el gran pedagogo sexual de la actualidad, representa los géneros, sexualidades,  placeres y deseos construyendo nuestra identidad; y este es el punto sobre el que debemos tomar especial conciencia, pues debemos observar «el carácter y el contrabando ideológico de esta producción y asumir las representaciones convencionales como lo que son: nada más que la “versión oficial”»[3]. Pero, ¿qué pasa con los que deciden no obedecer la versión oficial, o lo que es aún mejor, los que no pueden siquiera seguirla? ¿Qué pasa con las mujeres que están cansadas de ser las dominadas y ocupar el centro del objetivo? ¿Y los transexuales, los discapacitados, los deformes o los transgénero? ¿y nuestro pobre Belano? En todas estas situaciones parece que la normalidad que nos vende el porno convencional tartamudea.

«La respuesta al porno malo no es la prohibición del porno, sino hacer mejores películas porno»- Annie Sprinkle

A principios de los años 80, las feministas cayeron en la cuenta de lo que se estaba jugando en el porno, del poder que este disponía, y muchas decidieron tomar cartas en el asunto. Fragmentado en dos posturas, el feminismo se dividió en el feminismo abolicionista, por un lado, y el feminismo pro-sexo o postporno, por el otro. Mientras que el primero solicitaba el control y la represión de la imagen pornográfica —puesto que encontraban en ella una clara discriminación sexual y de los derechos de la mujer—, el segundo abogaba por una buena gestión de esta, por una apropiación de los medios de producción que una vez reorientados permitiesen la emancipación de las minorías sexuales y de la mujer. Como bien dice la actriz porno Annie Sprinkle, «la respuesta al porno malo no es la prohibición del porno, sino hacer mejores películas porno»[4].

Haciendo un poco de memoria, Preciado nos recuerda cómo entre finales del XVI y principios del XVII hubo una gran controversia en torno al hallazgo de las ruinas de Pompeya y lo que entre ellas se encontró: imágenes y esculturas que representaban lo que hoy sería algo pornográfico. Este descubrimiento exigía una dicotomía de lo que podía ser visible y lo que no, que se vio resuelta durante el gobierno de Carlos III de Borbón con la creación en Nápoles del Museo Secreto al cual, según un decreto real, solo tenían acceso los hombres aristócratas. Esto, que en un principio podría resultar gracioso, incluso anecdótico, supuso que desde los límites que se alzaban con el muro se llevase a cabo una ordenación de los géneros, edades y sexualidades.

A través de la creación de este muro físico y conceptual —y que parece poco a poco estar siendo vencido por el tiempo—, el hombre es quien domina el reino de lo sexual y quien tiene acceso a él marcando una diferencia con aquellos cuya mirada y placer han de ser vigilados protegidos y controlados. Cuando la normalidad no tartamudea, enmudece al resto.

El postporno busca la producción de un espacio en el que las categorías de género se subviertan redefiniendo así la sexualidad

Llegados a este punto cabe preguntarse dónde está la correspondiente cita de Foucault, o la de Butler, y la respuesta es sencilla: en todas partes. Habría sido una idea genial abrir este texto con una de sus frases, pero, saben, prefiero hacerlo con una de Preciado por varios motivos. Uno es que la suya no está sometida a la traducción (con todo el doble sentido que le quieran dar). Otro, que Preciado tampoco olvida a Foucault o a Butler en libros como Pornotopía. Arquitectura y sexualidad en Playboy durante la guerra fría, y que merecen ser citados a diestro y siniestro. Pero, sobre todo, porque aplica su pensamiento a iniciativas como el seminario feminismopornopunk o los talleres y performances que dirigió en el MACBA bajo el nombre de tecnologías de género, y cuyo objetivo era otorgar la capacidad y el poder de autorrepresentación de los sujetos del discurso de la pornografía tradicional, a aquellos que no la habían tenido; es decir, se pretendía crear un espacio visibilidad y actuación para aquellos géneros e identidades minoritarias.

De esto se trata el postporno, un movimiento cultural nacido allá por los ochenta que buscaba, y busca todavía, la producción de un espacio en el que las categorías de género se subviertan redefiniendo así la sexualidad, concibiéndola como algo no clausurado y dando lugar a un lenguaje que permite la formulación del discurso sexual y sus consecuencias bajo términos que escapan al canon dominante.

Ya no se trata únicamente de obtener placer, sino de cuestionar los mecanismos mismos de su obtención y lo que ellos significan

De esta forma, la función de la guerrilla postporno en la actualidad no será otra que derribar aquel muro simbólico y hacerse con todo lo que haya tras él, darle otros usos y hacer público todo lo que se prohibía en aquel Museo Secreto, en definitiva, dar voz a los que no la tenían. Diremos entonces, de acuerdo con Preciado, que el postporno «es un proceso de empoderamiento y reapropiación de la representación sexual»[5]. Ya no se trata únicamente de obtener placer, sino de cuestionar los mecanismos mismos de su obtención y lo que ellos significan. En el postporno, es la minoría sexual la que tiene el poder, la que tiene el control ante la imagen y su filmación, lo cual hace tambalear los cimientos de la mirada dominante.

Uno de estos tambaleos se produjo en 1990 con la performance Public Cervix Announcement: Annie Sprinkle se abrió de piernas ante un teatro e introdujo en su vagina un espéculo para que cada uno de los espectadores observara a través de él. «Se forma rápidamente una cola […] como de beatos que van a recibir la comunión o de niños que van a ver a Papá Noel»[6], cuenta la performer. Mientras el espectador observaba su interior, Annie se fotografiaba con otras personas del público y le prestaba un micrófono al observador para que relatara las impresiones que aquella imagen le causaba. Ante semejante acontecimiento, ¿cómo no iba a temblar la mirada dominante? No se trataba de una simple vagina, pues se estaban transgrediendo los límites de lo público y lo privado al mismo tiempo que se cuestionaba, bajo esa mirada clínica-pornográfica, la representación sexual y el sexo mismo. Aparte de unas piernas, se abrieron una serie de cuestiones que no han de cerrarse todavía.

Estas imágenes son un dispositivo cultural que, además de presentarse como algo extraño y lubricante, deconstruye los símbolos y parámetros que rigen la identidad, la sexualidad y el placer dominante

Otras escenas famosas las encontramos en películas como Blow Job de Andy Warhol, en la que un plano secuencia de más de media hora refleja el rostro de un hombre mientras le hacen una mamada; o cuando Jean Genet en Un chant d’amour nos muestra las relaciones sexuales que establecen dos presos encerrados en sus celdas frente al guardia, y la reacción de este.

Todo esto no son simples sucesiones de imágenes o representaciones estéticas. Lo que está operando aquí es un dispositivo cultural que, además de presentarse como algo extraño y lubricante, deconstruye los símbolos y parámetros que rigen la identidad, la sexualidad y el placer dominante.

Por todo ello, se debería romper una lanza en favor del postporno. Ya no se trata de una cuestión de sexo, de hombre o de mujer, se trata de la creación de medios para la afirmación y redefinición del otro y de su acogida en un mundo de diversidades, siempre partiendo de un acto de cuestionamiento. Estamos en el 2015, y ya va siendo hora de mandar a paseo a cualquiera que jure o se escandalice al ver algo que no entiende o que le da miedo. Pasen y vean, porque el postporno dejará de ser post muy pronto.

 

*Ilustración de portada de Paco Tuercas.

[1] ^Despentes, V (2009): Teoría King Kong, Editorial Melusina. p.86.
[2] ^ Cita extraída de la entrevista que se realizó a Beatriz Preciado con motivo de la celebración del primer Maratón Posporno en el MACBA.
[3] ^Egaña, L. (2009): La pornografía como tecnología de género. Del porno convencional al post-porno. Apuntes Freestyle.
[4] ^ Sprinkle, A. (2001): Hardcore from the heart. The pleasures, Profits and Politics of Sex in Performance, Continuum International Publishing Group.
[5] ^Cita extraída de la entrevista que se realizó a Beatriz Preciado con motivo de la celebración del primer Maratón Posporno en el MACBA.
[6] ^ Sprinkle, A.(1998): Post-porn modernist. My 25 Years as a Multimedia Whore, San Francisco, Cleis Press.